10 de agosto de 2004
Este martes, día 13, el Instituto Aragonés del Agua celebró en Huesca una Jornada de información sobre "La realidad del agua en Aragón" –pues tal era el título general del evento. Esta Jornada se componía de dos elementos bien diferenciados: uno, una ponencia técnica que, con el título de "El ciclo integral del agua en los municipios", abordaba el tratamiento de las aguas residuales: esfuerzo que el Instituto está acometiendo con seriedad y rigor; otro elemento, la "Actuación Parque de Huesca" (así la titula el tríptico informativo), en la que conocidos actores de la cultura oscense daban su "visión próxima de los ríos, potenciando el concepto de ‘agua como bien escaso’".
Todo acto conducente a dar información a la ciudadanía me parece, en principio, plausible. Mi apreciación cambia en el momento en que, en lugar de informar, se desinforma -pues eso es lo que hicieron ponentes y actores culturales durante la Jornada, siguiendo la tradición del kitsch en su acepción más clásica: muestra grandilocuente de lo positivo y ocultación decidida de lo negativo.
La ponencia técnica trató de vertidos y depuraciones; ni una sola palabra de la más preocupante realidad del agua en Aragón: los pantanos y canalizaciones que todavía pesan como espada de Damocles –en tiempo de aplauso a los creadores de la Nueva Cultura del Agua- sobre las gentes y los ríos aragoneses. Craso error u ocultación decidida, esta ponencia esquivó la polémica al no abordar "esa otra realidad" –cuya amenaza en forma de trasvase empujó, en los meses precedentes, a tantos aragoneses a la calle.
La Actuación, hay que honrar la realidad, fue de excelentes ejecución y diseño. La ocultación de la verdadera "realidad" fue, sin embargo, evidente: ni una sola nota de denuncia, siquiera de constatación, de la realidad pantanera de Aragón –que amenaza pueblos, inunda valles, que ofrece el escaso bien del agua a quien más la derrocha. Que se arguya que el arte es libre, que está desprovisto de ideología –como defendió uno de los responsables del evento-, me parece hoy por hoy ingenua razón, cuando no falaz: explícita o implícitamente, todo producto cultural porta una carga política, ya por la exposición de motivos ya por su ocultación. El producto mostrado en Las Pajaritas, de excelente factura, se hizo agente transmisor de la ideología del partido auspiciador.
Obra de encargo, los textos presentados glosaron mayormente la feminidad del agua –manido tópico que cualquier feminista se aprestaría a criticar (sin excluir el destape femenino final como colofón). Curioso fue que a ningún escritor se le ocurriera hablar de las aguas vivas que desbordan canales, superan presas, corren libres paralelas a "nuestro deambular por la vida", ni de los pueblos que corren el riesgo de ser ahogados: elementos poéticos que un Neruda, ahora que se celebra su centenario, no habría desdeñado. Ni una sola referencia, ni un solo comentario sobre la realidad que ya conocen todos los aragoneses, tan dolorosa para algunos, tan acuciante para otros. ¿Censura o imparcialidad interesada? Si se trata de lo primero, estaremos ante un atropello a la expresión; si de lo segundo, ante un ejemplo de intelectualidad al servicio del mejor postor. En ambos casos, desinformación evidente y lavado de cara de la institución contratante.
Así transcurrió esta Jornada pagada con dinero público en la que este ciudadano disfrutó de una sesgada visión de la "Realidad del agua en Aragón", mientras deleitaba sus sentidos con canapés y espectáculos: panem et circenses para una ciudadanía que contempla la muerte del sentido crítico sin preocupación. ¿Para qué quejarnos si tenemos el estómago lleno? Que aproveche.
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