DOS GOYAS A LA MEJOR ACTRIZ
Si ahora cavases con tu uñas en el arco de mi esternón, cesárea fiel a una deontología amatoria, darías a la luz un niñito engendrado por los gases de la fabada de la vida.
Seguro estoy de que lo inmolarías a cualquier divinidad que te prometiese premios de dudosa solidaridad, pues yo sé bien que tu amor sólo te interesa en tanto en cuanto favorece a la perpetuación de tu especie.
Y, comadrona accidental en el ferry de la laguna estigia, te chuparías los dedos negros como tizones, manchados de comer sin etiqueta alguna la placenta de mis ilusiones.
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