miércoles, 31 de octubre de 2007

Reflexión: "¿A QUIÉN QUIEREN ENGAÑAR LOS DE PERIFERIAS?"

(publicado íntegro en radiohuesca.com el 2.11.07)

"15.000 espectadores" –decían el otro día los técnicos del Área de Entretenimiento y Espectáculos del Ayuntamiento de Huesca. Y dicho en semejante tono triunfal, es como si un tercio de los oscenses hubiera pasado por allí; cuando todo el mundo sabe que la mitad larga de los asistentes a los actos recibieron entradas de regalo.

Porque ése es el problema de Periferias. Como está diseñado por y para los cuatro amiguetes de siempre que programan según sus propios gustos, la afluencia ha de ser por fuerza escasa –y por fuerza compensada con el regalo masivo de invitaciones a todo el funcionariado oscense, que es mucho. Así, por lo menos, se cubren las apariencias y la concejala del área, la socialista Teresa Sas, puede decir ante los medios que el festival ha sido un éxito apabullante. Pero todo el mundo sabe que esa aseveración es falaz.

La única verdad es que con dinero se consiguen muchas cosas: montar un festivalito como este para salir en la tele, contratar a grandes nombres del espectáculo, llenar la ciudad de cartelitos, copar las páginas de los periódicos... Y todo con fondos públicos. Y claro, los poderes públicos no tienen competencia, porque gracias al dinero de los contribuyentes han logrado ahogar la iniciativa privada en materia cultural. Y eso que aseguraban los técnicos del gremio que la cultura generaba riqueza... ¡en un congresucho pagado con dinero público!

Lo más curioso de todo es que las críticas a la cultura del espectáculo del PSOE sólo se prodiguen en las mesas de los cafés y que los medios no se hagan eco. No me extraña: aquí nadie critica nada por miedo... a ser criticado (cuando no represaliado). Pero, si se paran Vds a pensar, es normal que los medios no critiquen abiertamente: si el ayuntamiento organiza un concierto, ahí tenemos a P.J. Gállego (amiguito de Lles y Javierre, músico en sus ratos libres) que escribe un artículo laudatorio y sin tacha (algo hemos mejorado: antes era el mismo Lles quien los escribía); si el concierto es en Pirineos Sur, Lles se ocupa de las alabanzas. Así "to er mundo e güeno", faltaba más.

Todo mentiras, perfectamente extrapolables al resto de actividades culturales organizadas por el PSOE: ¿se han percatado Vds de que ninguna exposición, teatro, concierto, ha merecido jamás la menor crítica negativa en esta ciudad? Ni Pirineos Sur, ni Huesca Imagen, ni Periferias, ni la Feria de Teatro han recibido nunca una opinión contraria en los medios, a pesar de que en la calle la gente se quejara de favoritismos, de elitismo provinciano, y, sobre todo, del descarado amiguismo que se trasluce. Porque en Huesca todos nos conocemos, y nos percatamos de que son los coleguitas de los técnicos del ayuntamiento los que se llevan el gato al agua: los Javierre, Arbués, los inevitables Holy Trinity (hasta en la sopa!), Pérez Terré (el director de "Estoesloquehay"), etc etc; todos ellos puestos al servicio del partido. Domesticada, vendida, la cultura se convierte en un mero reclamo publicitario para los fines populacheros del PSOE.

Siendo amigos de los gurús de medio pelo de la cultureta, se les encarga proyectos de todo tipo: dirección de ferias, edición de discos, participación en el CDAN, grafismos varios. Y, entre ellos, se devuelven los favores: pinchar discos en tal festival "rural", crónicas ditirámbicas en los periódicos, entrada gratuita a espectáculos, actuaciones varias a cargo de fondos públicos. Cómo, ¿qué no saben Vds quiénes son? Acudan al próximo espectáculo musical en el Matadero y los verá sentados en la última fila, iniciando los fuertes aplausos de cada fin de canción.

En fin, si algo ha conseguido el partido de ZP es fagocitar a los creadores a golpe de talonario. Con la cultura amansada, cómo ha de ser posible la renovación en las ideas, en el pensamiento, en los hábitos. Los creadores se convierten, de esta manera, en artífices del conservadurismo.

martes, 30 de octubre de 2007

Reflexión: "RELEVO EN LA DIRECCIÓN DEL SERVICIO PROVINCIAL DE EDUCACIÓN"

RELEVO EN LA DIRECCIÓN DEL SERVICIO PROVINCIAL DE EDUCACIÓN

No sé a cuant@s de vosotr@s, tal vez trabajadores/as de la enseñanza, os puede interesar una digresión como la que sigue: son tantos los centros sobre los que gravita el interés de cada un@ de nosotr@s que, uno más, tal vez os resulte completamente ajeno.
Hay que señalar, no obstante eso, que se ha producido un relevo en la direción del servicio provincial de educación, que es donde se decide el tipo y grado de aplicación de las normas que, en materia de enseñanza, se escriban en Bruselas, Madrid y Zaragoza; donde se decide también de la permanencia o no de tal profesional de la enseñanza; donde se dirimen los diferendos entre administración y administrados en el ámbito de la educación. El director de un servicio provincial de educación tiene, pues, un cierto poder y una cierta influencia sobre el devenir del hecho educativo en todos los centros de la provincia y para todos los miembros de la comunidad educativa.
Este texto que comparto con vosotr@s pretende ser, pues, una celebración: la de la marcha de Mariano Buera y la de la esperanzada llegada de Guillermo Iturbe como directores provinciales de educación en Huesca –saliente y entrante respectivamente.
Yo, personalmente, celebro la marcha de Mariano Buera como director del servicio; puesto para el que fue nombrado a dedo por Eva Almunia a causa de su trayectoria dentro del sindicato UGT (hay que decir lo mismo de Mª del Mar Hernández, cabeza visible de la federación de enseñanza de ese sindicato en Huesca, que fue colocada con calzador en el servicio provincial de la DGA mediante la creación de un puesto, parece ser, ex profeso para ella –cargo que no existía antes de su necesaria colocación). Pero ese no es el quid de la cuestión, sino que Mariano Buera es (¡ha sido!) el director provincial que:
ha encubierto la comisión de irregularidades e infracciones a la normativa educativa y administrativa tanto autonómica como estatal;
ha encubierto las acciones delictivas e infractoras de ciertas personas que trabajan en su entorno cercano y con poder tanto de ejecución como de consejo (véase inspectores y directores/as de centros, que yo sepa y conozca);
ha permitido la persecución descarada de algun@s profesionales por motivos de opinión o idelogía;
ha permitido que se negara el acceso a información pública (a saber: informes, expedientes, documentación varia...) a algun@s ciudadanos;
ha tomado decisiones que infringían la normativa educativa;
ha hecho que se obligara a los miembros de la comunidad educativa a cumplir órdenes que contravenían, infringían o violaban la normativa vigente –so pena de expediente administrativo y/o excomunión;
ha creado un ambiente de acojono permanente en l@s profesionales de la enseñanza en Huesca, temeros@s de no acatar sus decisiones (por muy poco sujetas a normativa que estuvieran estas) por miedo a ser condenados a la ignominia y al ostracismo administrativos –cuando no a una descarada persecución cercana a las purgas estalinistas;
que ha aplicado –o permitido que se aplicara– dobles raseros en la consideración de las irregularidades cometidas por algunos miembros de la comunidad educativa;
En fin, que el autor de estas líneas celebra con ellas mismas la partida de Mariano Buera, primero de la Inquisición provincial educativa.
¿Adónde irá ahora el sr Buera? Dicen las malas lenguas que él mismo ha solicitado su relevo ante la inminente llegada de la edad del retiro: parece ser que si se retira como director de centro su jubilación será más cuantiosa que si se retira como director provincial (cargo eventual por haber sido elegido a dedo). Pero, se dice, se comenta, se especula, que esa jugada podría contener alguna irregularidad: algo que a nadie extraña, a estas alturas de Partido.
A Guillermo Iturbe no le conozco la trayectoria en puestos de responsabilidad. Le conocí hace ya muchos años, cuando yo estudiaba 1º de Magisterio y él se ocupaba de audiovisuales en el CPR de Huesca (de eso harán unos 20 años). En esa ocasión, y a instancias de mi profesora de Artes Plásticas, Guillermo Iturbe nos prestó una enorme ayuda a un compañero y a mí, sin que él esperara nada a cambio. Su amabilidad sin fisuras y ánimo de colaboración desinteresada en aquellas fechas me predisponen más que positivamente ante su nombramiento. Saludo, celebro y casi brindo ante la entrada de Iturbe en la dirección provincial, que espero sea el comienzo de grandes cambios en el servicio provincial de educación.

MARCAS DE GÉNERO (carta al director de EL PAÍS, 27.10.07)

Marcas de género
Mª Luisa Vicente y Carmen Vigil - Madrid - 27/10/2007 Interesantes reflexiones que comparto plenamente y que me permito compartir con vosotros.

A propósito de las niñas que van con velo islámico a la escuela, Sol Gallego-Díaz se pregunta: "¿No deberíamos buscar, con inteligencia, una manera de ofrecer mayor resistencia, incluso legal? ¿Una forma de animar a las mujeres musulmanas que viven en nuestro país a combatir las tradiciones que fomentan la desigualdad?" (EL PAÍS, 12-10-07).

De entrada, resulta fácil sumarse a esta propuesta. Ahora bien, ¿por qué interesarse sólo en el combate contra las prácticas culturales o religiosas que discriminan a las mujeres en la comunidad musulmana? ¿Por qué no pensar también en cómo combatir las prácticas culturales que marcan a las mujeres en las sociedades occidentales? Por ejemplo, ¿no deberíamos buscar la forma de animar a miles de españolas a que dejen de ponerse esos zapatos de tacón alto que les machacan los pies, a que abandonen esas faldas estrechas que limitan su movilidad, a que no pierdan el tiempo embadurnándose la cara de maquillaje? ¿Por qué no pensamos cómo se podría evitar que cada vez más mujeres, y más jóvenes, se metan en el quirófano para aumentarse el pecho o hacerse una liposucción? En materia de imagen e indumentaria, las mujeres occidentales no estamos en condiciones de dar lecciones de igualdad a nadie.

Las marcas de género en Occidente, todas ellas signos de dominación (lo mismo que el hiyab), son actualmente muchas y variadas. Su uso es asumido por sus destinatarias mediante mecanismos de socialización mucho más eficaces que cualquier prescripción normativa, ya sea legal o religiosa. Millones de mujeres occidentales, sin necesidad de que nadie se lo imponga, se afanan en adaptar su imagen a las pautas estéticas que rigen actualmente para su género. Desde edades cada vez más tempranas, nuestras niñas y adolescentes se preocupan por estar guapas y sexies, siendo éste uno de los criterios fundamentales para su valoración dentro del grupo y, en consecuencia, también para su propia autoestima.

La vuelta al velo por parte de las mujeres musulmanas es, ciertamente, un factor de involución en materia de igualdad de género. Pero la hipersexualización actual de las sociedades occidentales también lo es. La dimensión alcanzada hoy por la objetualización sexual de las mujeres y la mercantilización del cuerpo femenino no tiene parangón en ninguna época histórica anterior.

lunes, 29 de octubre de 2007

RELATO: "Estudiando hasta tarde" (3º fragmento y fin)

- No, no, sólo era para ver si quedaba más té, por si quería -le contestó desde el umbral de la puerta de la cocina, desde donde aprovechó para observarla de espalda, esquinada como estaba sentada. Era una mujer de pelo largo, tan oscuro como la fragancia que despedía y que se le había quedado prendida al rozarlo. El perfil, de nariz fina y recta, perfecta, se recreaba en los labios y en la frente echada ligeramente hacia adelante, que reposaba en las cejas, oscuras sobre los ojos marrones y bien cercados de pestañas enrimeladas. Vestía un ajustado suéter rojo de canalé de cuello abierto, que continuaba en una falda del mismo color. Medias negras y zapatos de medio tacón. Y una chaqueta de ante bien curtido y oloroso, que añadía a su perfume una nota de campo. "Una mujer de revista", apostilló Manuel, a años-luz de las profesoras de su instituto. Trazó un paralelismo entre la señorita Pizarro y las mujeres de las publicaciones que a veces leía su padre. "Hablan de política, por eso las compro", le había dicho éste. Pero a Manuel le daba la impresión de que lo más importante eran los desnudos de mujeres sofisticadas, bien maquilladas y peinadas, que parecían complementar los tejemanejes del poder que el texto comentaba.
Ella apuró su taza,y, dejándola en el platito, le dijo que no se molestara, que ya no deseaba tomar más té. Que viniese, que le iba a enseñar el volumen de muestra de la enciclopedia. Manuel acudió al salón con los ojos bien abiertos, ávidos de observar, de estudiar a la señorita Pizarro. Se sentó en su alejada silla y retomó la conversación antes interrumpida.
- Así que vendedora de enciclopedias. ¿Y qué hay que estudiar para trabajar en eso, señorita Pizarro? -inquirió el chico apoyando la barbilla en una mano y mirando al techo, como pidiendo a la joven que le brindase una clave para descifrar el enigma. Esta rió con suavidad.
- Bueno, si me llamas Pilar te lo cuento, ¿vale? Pues soy licenciada en Historia del Arte. Alguien me pidió colaborar como redactora casi antes de cerrar la edición, y me propusieron completar mis beneficios vendiendo personalmente. Yo, claro está, me llevo una comisión. Pero ¿qué haces allí tan lejos? -le recriminó entre divertida y enfadada-. Anda, ven aquí, acércate, que si no no puedo enseñarte el volumen.
Manuel se acercó al tiempo que la joven sacaba dos libros de su cartera y los ponía sobre la mesa. Con la facilidad de quien maneja un discurso aprendido y repetido, Pilar le habló de las excelencias de la enciclopedia, explicación que interrumpía de tanto en tanto para indicar al chico que acercara su silla todavía más, que no fuera tímido. Le dio a elegir entre el tomo número tres y el número catorce, que eran los dos que había puesto encima de la mesa. Manolito eligió el tres, el de Arte romano. La vendedora desplegó ante el muchacho teorías, nombres, mapas y láminas, que no podían sino revelar que esa enciclopedia era lo mejorcito que había en ese momento en las librerías.
- Por ejemplo, veamos esta ilustración de la Venus de Milo, que se halla actualmente en el Museo del Louvre, en París. Aquí la tenemos de frente, aquí por detrás, y aquí tenemos una visión lateral. Es como si la estuviésemos contemplando directamente, allí en París. ¿Te ha llevado tu padre a París?
- No, igual vamos de viaje de estudios el año que viene...
- Bueno, pues como si hubieras estado -le cortó decidida la joven-. Desde luego que no es lo mismo verla "en directo", como se dice. Esta ilustración nos la muestra reducida a los límites de la página, pero no por ello dejamos de apreciar la pureza de las formas gracias a este triple punto de vista. Este cuerpo de mujer, que aquí no mide más de treinta centímetros, tiene unas dimensiones completamente naturales. Trata de imaginar ese rostro en tus manos: la escultura es tacto, es un error impedir que el visitante de los museos no pueda tocar las esculturas: se impide así que disfrute de la materia, que respete verdaderamente el trabajo del escultor sobre la materia. La escultura es un arte completo, tridimensional. ¿Me sigues? Trata de imaginar, mientras miras la ilustración, que pasas la mano por la frente, que rozas con los dedos la nariz... O mejor, pon tus manos en mi cara mientras contemplas la fotografía.
La joven cogió las manos de Manuel y se las colocó sobre la frente. Asiéndole de las muñecas, le obligó a levantarse con ella sin dejar de hablar un solo momento.
- Mira, mira la foto e intenta convencerte de que el museo ha cerrado y tú te has quedado dentro, solo con tantas y tantas obras de arte. No hay nadie que te pueda impedir tocarlo todo, verlo todo. Y ahora estás ante la Venus de Milo. ¡Mira bien la foto!, y grábatela en la memoria: de frente, de perfil, de espalda... Y ahora cierra los ojos.
Lentamente, Pilar dirigió el camino de las manos del chico por sus sienes, su mandíbula, la barbilla, el cuello, despacio, repasando la nariz, la cuenca de los ojos, la nuca, los hombros... Allí se detuvieron un instante, para proseguir su visita en sentido descendente: las axilas, el perfil del pecho, el vientre, las caderas, el nacimiento de los muslos... Y vuelta hacia arriba, hacia las caderas, por encima de las nalgas, la región lumbar, arqueada y firme pero delicada, la espalda. Allí Pilar abandonó las manos del chico para llevar las suyas a su rostro: frente, orejas, la nariz y los labios rozados, la barbilla dibujada con insistencia, el cuello, los hombros, el pecho y las axilas, el nacimiento de los brazos, las axilas otra vez para bajar por el costado hacia el vientre. Un vientre que temblaba de emoción, de miedo, ante lo desconocido de un contacto tan cercano y tan cálido, viniendo de una persona extraña pero segura en su paseo, en sus ansias de conocimiento de su cuerpo. Manuel temblaba de miedo de dejar vislumbrar su tensión y su inexperiencia de adolescente primerizo. Abrió los ojos para comprobar sus dudas en el rostro de Pilar, y la vio sonriente, con los ojos cerrados, completamente volcada en la explotación máxima del tacto, de sus curvas, de sus volúmenes de jovencito. Un cuerpo estudiado con placer, un cuerpo que una mujer estaba considerando con sus sentidos, creándolo con sus manos.
Cuando Pilar le rodeó el vientre para acariciarle las nalgas, Manuel ya estaba sintiendo la tirantez de su entrepierna en los vaqueros. Sus vientres se aproximaron, se rozaron. Como si se hubiese dado cuenta del nuevo estado, Pilar se separó con suavidad para continuar con sus manos por delante: el bajo vientre, la erección que pugnaba por salir. Acercó su boca a la del joven y le acarició los labios con los suyos, se los besó con suavidad, le pasó la lengua por encima, por la boca seca y rígida. Lentamente, se dirigió hacia su oído para decirle "abre un poquito los labios y saca la lengua con suavidad, no tengas miedo", tras lo cual volvió a besarle en la boca con creciente fruición.
Se abrazaron con ansias de descubrimiento, de reconocerse mutuamente las desnudeces que los ojos no podían abarcar. Él torpe y desconfiando aún de una llamada inaudita y profunda, que le brotaba del estómago tal vez, del pecho acaso, pero que le dolía en el bajo vientre. Ella supo cómo domar sus accesos de potrillo primerizo, su sorpresa ante su cuerpo en sus manos, el misterio insondado de su sexo nuevo para él, y tan lleno de vida. Evitando que se desbocara en sus manos, lo condujo a una cama para tranquilizarlo un poco y dosificarle el deseo, que se estaban convirtiendo en ansiedad irrefrenable.
El timbre del teléfono sacó a la pareja de su ensimismamiento, y levantó al chico del lecho como un resorte. Vacilante, tomó aire antes de descolgar para recobrar todo el aplomo que Pilar le había hecho olvidar con tanto abrazo. Eran las ocho y cuarto.
- Manolo, hijo mío, qué hay. Mira, no voy a poder llegar a la hora prevista. ¿Está allí la señorita Pizarro?
- Sssí, sí, aquí está enseñándome la enciclopedia.
- Ah, estupendo. Díle que se ponga, anda, que me disculpe y pueda concretar otra cita con ella para ver esa famosa enciclopedia. ¿Qué tal está? ¿La has visto?
- Muy bien, muy bien -contestó azorado el chico sin saber si estaba calificando a su amante o a la obra de consulta-. Ahora te la paso.
Fue hasta su cuarto de quinceañero para avisar a la joven de que su padre la requería. Con la mirada le pidió discreción mientras se levantaba desnuda, despeinada y bella, y agarraba el auricular con sus dedos largos y finos. Qué escena, ver a una mujer desnuda en su casa hablando por teléfono con su padre: era increíble, pero cierto. Y justo la víspera de su cumpleaños.
- ¿Señor Calatorao? Hola, qué tal, cómo está ...
- ...
- Sí, no se preocupe, ya lo comprendo. Sí, sí, cosas del trabajo ...
- ...
- Cuando usted quiera, Sr.Calatorao. ¿Tiene usted el número de teléfono de la editorial?
- ...
- Sí, sí, de acuerdo, como usted desee...
- ...
- Sí, claro, desde luego ... Puedo afirmar sin miedo a equivocarme que su hijo es un perfecto caballero. Le ha dado usted una soberbia educación ...
- ...
- Hombre, eso también depende de él. Pero yo creo que a él no le importaría quedársela: es una obra muy bien acabada, y su hijo parece tener suficiente gusto como para saberla apreciar.
El joven Manolito se estremeció viendo a Pilar guiñarle un ojo al tiempo que sonreía. ¿No se estaba dando cuenta de que sus palabras eran demasiado comprometedoras, demasiado claras?
- Para serle sincera, señor Calatorao, le diré que este trabajo tiene momentos gratificantes de vez en cuando: conocer a su hijo ha sido uno de ellos.
- ...
- De acuerdo, señor Calatorao. Espero su llamada.
- ...
El chico había estado atento a toda la conversación con el gesto mudado, temeroso de que su padre descubriera algo, aunque fuera una mínima parte, de lo que había ocurrido. Cuando Pilar le pasó el auricular, Manolo se olió los dedos,se mesó el pelo, se recompuso como esperando ser examinado por un estricto censor.
- ¿Sí, díme, papá? -respondió con fingida naturalidad.
- Hijo mío, estoy en un grave momento de trabajo. De verdad que no creo que pueda haber terminado de aquí a poco. Y me duele, porque no sólo te he obligado a gastar tu tiempo de estudio en hacerle compañía a la Srta. Pizarro, sino que mañana es tu cumpleaños. Lamento que esta noche no podamos hacer nada especial, porque voy a tener que dormir fuera. Tengo en Valencia todavía para rato, y me da la impresión de que la reunión y la negociación me van a ocupar una parte de la noche. No dormiré mucho, no creas...
- Vaya, cuánto lo siento, papá. Precisamente hoy...
- Sí, sí, no tengo excusa. Pero, escucha: mañana podemos comer en El Guipuzcoano. Te esperaré allí; no es necesario que quedemos en casa porque no creo que me dé tiempo a pasar. Así tú podrás ir directamente desde el instituto. ¿Qué te parece?
- Me parece bien -musitó el joven con desinterés.
- Así que esta noche eres dueño y señor de la casa. Cuida del castillo, ¿eh?, no vaya a ser que el enemigo que siempre acecha nos lo conquiste.
- No te preocupes: puedes confiar en mí.
- Te veo mañana entonces, hijo mío. Que pases una muy buena noche. Hasta mañana.
Manuel colgó el auricular con los ojos puestos en Pilar, quien, medio oculta tras el quicio de la puerta, observaba la conversación en el rostro de su amante. Este sonrió, liberado de la tensión que la inminencia de la llegada de su padre le había producido. Pilar le besó tiernamente los labios.
Pasaron la noche juntos, durmiendo a trompicones, amándose y descansando, con todo el descanso que un jovenzuelo necesita en el amor: no para reponer fuerzas, sino para recomponerse el ánimo, tan confuso ante la tumultuosa llegada de la primera experiencia sexual.
El joven faltó al instituto esa mañana de su decimosesto cumpleaños, pues prefirió el cálido abrazo de Pilar, el olor de su melena, la tirantez de su vientre, a toda abstracción científica sobre el papel, a todo juego banal con sus amigos, a toda intriga barata con sus compañeras. Al despedirse, media hora antes del almuerzo programado con su padre, Pilar no le prometió nada; nada le aseguraba un posible segundo encuentro. Ni siquiera la promesa de que ella le localizaría, que no se preocupara, le tranquilizó lo más mínimo. Así que acudió al encuentro de su padre medio triste de incertidumbre, medio satisfecho de los recuerdos que todavía conservaba su piel.
Su padre le estaba esperando ya a la mesa. Tras los consabidos abrazos y felicitaciones, le preguntó jovial:
- Bueno, cuéntame: qué te ha parecido el regalo.
Manuel quedóse pensativo, intentando recordar cualquier objeto que no hubiesen emborronado los besos de Pilar, ¿de qué se trataba?
- No sé a qué te refieres, papá -le contestó entre preocupado y a la defensiva por si se trataba de una broma.
- Pues yo sí. Tengo entendido -le dijo, cordial, pasándole el brazo por encima de los hombros- que has pasado una noche muy intensa e interesante. Y no precisamente porque hayas estado estudiando hasta tarde. ¿Qué me dices?
El muchacho no sabía qué responder. Imaginó que en el lapso de tiempo entre la separación de Pilar y el trayecto hacia el restaurante, su padre y la vendedora de enciclopedias se habían puesto en contacto y que ésta le había revelado todo el asunto.
- Eeeeh..., pues no sé..., como cualquier otra noche..., durmiendo -respondió como pudo.
- Si eso es verdad, te puedo decir que, si yo hubiese estado en tu piel, me lo habría pasado pipa. No me negarás que la señorita Pizarro es un pastel muy dulce, ¿eh, pillín?
Manuel se deshizo contrariado del pellizco que su padre le estaba dando en la mejilla, sin miedo alguno a que su reacción inhabitual a una muestra de cariño pareciera violenta.
- Pero, pero, qué me estás diciendo -le preguntó vacilante y casi tartamudeando.
- Manuel, hijo mío. Ya sabes que es obsesión de los padres intentar evitar a sus hijos los errores que ellos hayan cometido. Por eso te he hecho ese regalo, para que aprendas antes y mejor de lo que lo hice yo.
Manuel se quedó pasmado, como si sintiera que la nube en que había venido volando desde los besos de Pilar se disipara poco a poco, peligrosamente; cosa contra la que él debía rebelarse.
- ¿Quieres decir que... -vaciló el muchacho, temiendo que, al formular la frase, todo se le viniese abajo-, quieres decir que... me has pagado una mujer...? ¿Pilar?
- Así es, hijo mío -afirmó seguro su progenitor.
Manuel dirigió la mirada hacia el lado opuesto, con la barbilla apoyada en el puño, y revolviéndose suavemente, pero con furia. Una furia provocada por la incomprensión del asunto, y que debía comedir dentro de los límites del decoro que él exigía a un lugar público y cerrado. Se preguntó por todas esas risas, por todas esas muestras de ternura, por todos esos abrazos sabios y febriles que Pilar le había ofrecido a lo largo de la noche. Se resistía a convencerse de que fueran el fruto del buen trabajo, de una premeditación operativa e interesada. No quería. Prefería imaginar, en caso de aceptar lo que le presentaba su padre, que él había sido algo especial, que él poseía algo mágico que había empujado a su primera amante a actuar de manera tan natural. De manera tan cariñosa.
- Pero... ¿y Pilar? -vaciló de nuevo el joven-, ¿quieres decir que...?
- A Pilar podrás verla tanto como desees, siempre dentro de unos límites, pues no es bueno abusar de estas cosas ni de estes tipo de relaciones ... digamos comerciales. Ella, aunque joven, es una profesional, y no permitirá que le impongas un afecto que ella rehuirá sistemáticamente. Intentará que dejes de verla si se da cuenta de que estás tan encaprichado con ella: no le interesa comercialmente tener a un celoso enamorado tras sus huellas. Querrá deshacerse de ti, como es probable que alguna que otra mujer lo haga también a lo largo de tu vida. Pero, por lo menos, estarás seguro de por qué te habrás enganchado a la señorita Pizarro. Mientras que en el otro caso, los motivos te parecerán, seguro, mucho más difusos y desconcertantes. Desengáñate: el sexo es poder, y quien sabe manejarlo tiene a su disposición un arma tanto de defensa como de ataque, en los dos casos muy efectiva. Más vale conocer su funcionamiento desde jóvenes. Venga, y ahora come, que se te va a enfriar.
Manuel empezó su plato con desgana. Aunque, a medida que masticaba y deglutía, iba recobrando el apetito que la conversación le había quitado y que sólo esperaba, latente y agazapado, el banderazo de salida. Cuando le sirvieron el segundo plato, untó la punta del tenedor en la salsa y se la llevó a los labios. Acto seguido cortó una buena porción de pescado, que cubrió con la salsa blanca. Sonriendo, atrajo con dramatismo tan gran pedazo a la boca, que le ocupó gran parte de su capacidad. Un sabor inmenso le explotó dentro, a medida que masticaba la suave carne. Todavía con la boca llena, avanzó la copa vacía, en un ademán casi violento, que le mantuvo rígidos el brazo y la mano. Su padre le sirvió vino, satisfecho aun a pesar del asombro, que el joven bebió con fruición de náufrago hasta apurarla. Se cortó un segundo pedazo de pescado, tan grande acaso como el anterior, mientras sentía un cosquilleo que le enturbió la mirada por momentos. Su padre, que estuvo observando el desarrollo de toda la escena, posó la mano sobre la nuca de su hijo, infringiéndole una presión que quería significar complicidad.

jueves, 4 de octubre de 2007

EXCURSIÓN AL TURBÓN 30 sepbre 2007

CONFIESO QUE NO SE ME HA DADO BIEN LO DE EDITAR LAS FOTOS EN EL BLOG. YA IRÉ MEJORANDO. PACIENCIA.
El guardián de la joya de la corona...




















Panorama desde una calle de Serrate, donde nos detuvimos para echar un vistazo a la casa familiar de Sergio.



El grupo de aventureros/as, con el pico coronado y habiendo dado cuenta de la comida del zurrón.



Alucinante la vista desde, aproximadamente, media excursión. Un valle enorme se abrió de repente, con un par de monolitos a guisa de vigías.




El día era claro, pero la cima permaneció cubierta durante casi toda la jornada.







El Turbón es un enorme mogote de roca caliza (creo, no soy entendido), con unas deliciosas praderas anteriores al último repechón (la zaguera costanera, que dijo Chusé) donde encontramos flores de nieve (edelweiss)
















































































lunes, 1 de octubre de 2007

FRAGMENTO (2): ESTUDIANDO HASTA TARDE

Las siete y cinco. El timbre de la puerta recorrió la columna vertebral de Manolito de arriba a abajo, estremeciéndole. Había sonado con una fuerza inusual, como si su autor poseyera una templanza y una personalidad fuera de lo común. El joven se levantó tembloroso y fue hacia la puerta, que abrió con lento sigilo, como desvelando al exterior un territorio escondido durante siglos.
Por el quicio de la puerta fue apareciendo poco a poco el rostro de una joven sonriente, que erguía la cabeza a medida que la abertura crecía.
- Hola, buenas tardes ¿El señor Calatorao, por favor?
En lugar de contestar, Manolito terminó de abrir la puerta hasta dejarla de par en par, sin contestar a la pregunta ni mediar palabra. La joven, sin perder la sonrisa, contempló al muchacho, y, extrañada, se cercioró mirando la placa sobre el frontal de la entrada de que no se había equivocado de piso.
- ¿Tú eres Manuel? ¿Está tu padre? Me ha dicho que pasara por aquí a estas horas. Yo soy la señorita Pizarro. Encantada -le afirmó relajada al tiempo que le ofrecía su mano para que el muchacho la estrechase. Tú eres Manuel, ¿verdad? Vaya, no esperaba encontrarme a un joven tan educado...
La vendedora había aprovechado la mano de Manuel como palanca para proyectarse hacia el interior del recibidor. Una vez dentro, y sin dejar de mirarle a los ojos, le preguntó de nuevo por su padre, decidida a asentar sólidamente los motivos de su presencia en el piso. Manuel le contó lo que había, que su padre no llegaría hasta más tarde y que le había pedido que le invitara a entrar.
- Huy, no, no querría molestar. Seguro que estabas entretenido con tus cosas y no voy a hacer más que importunarte. Mejor me voy.
Manuel veía que la decisión estaba en su mano. La señorita lo estaba dejando a su elección. En unos cuantos segundos que fueron larguísimos pero insuficientes para deshacer la sonrisa de la joven, el adolescente sopesó la situación personificada en esa bella mujer, perfumada, que parecía simpática, y que no desmerecería en nada como compañera -aunque fuese momentánea y coyuntural- de su padre. Se sintió cargado de una responsabilidad importante. Dirigiendo la mirada hacia sus rodillas descubiertas, que el talle de la falda no llegaba a cubrir, Manolito comenzó a esbozar razones para que se quedara, que no se preocupara, que estaba haciendo los deberes y que ya los había terminado, que no le molestaría para nada, al contrario.
- Bueno -exclamó suavemente la joven-, no puedo rechazar tanta cortesía, sobre todo viniendo de un jovencito tan apuesto como tú. Manolito creyó poder esconder su rubor con el gesto de invitarla a entrar al salón, que avecinaba el recibidor. Sonreía cuando le ofreció asiento, y aún notaba el calor de sus palabras en la cara.
- ¿Puedo ofrecerle algo de beber: un refrigerio, cualquier cosa?
La señorita Pizarro no respondió en seguida, sino que mostró un gesto de sorpresa agradecida ante tanta amabilidad viniendo de un muchacho tan joven.
- Pero, bueno, desde luego, esto no lo había visto nunca. Y mira que he entrado en casas para vender enciclopedias... Pero nunca me he encontrado con un chico de tu edad tan amable, tan galante, tan caballero.
Manuel fue hacia la cocina palpándose la cara, para refrescarla con sus ateridas manos. Las orejas le ardían, y, aunque la sensación no fuera del todo agradable, se sentía satisfecho por los comentarios de la señorita, aplaudiendo sus maneras y su educación. Su padre estaría orgulloso de él, "y ya tendrá tiempo de estarlo, pues seguro que la joven le comenta cómo la he tratado", dijo para sus adentros. El veía repetidos, en esta situación, juegos llevados a cabo con su madre, en los que cada uno tenía un papel, ya fuera de galán o de damisela, en los que ambos se habían comportado como seductor y seducida, sin importar que Manuel actuase como jovencita tímida e insegura o como don Juan arrebatador. Ahora se daba cuenta de cuán útiles le estaban siendo esos juegos para la comedia de la vida. Un profundo sentimiento de agradecimiento le visitó las entrañas, enterneciéndole.
Al ponerle la taza sobre la mesa camilla, la mano ya no le temblaba lo más mínimo. Se encontraba seguro en su papel de hombre de mundo, educado y conversador que había visto en su padre, en películas, y en su imaginación atiborrada de escenas novelescas. Tomó asiento en una silla separada de la mesa, a una distancia moderadamente respetuosa, y demostró interés por las actividades de la señorita.
- Así que usted vende enciclopedias. Enciclopedias de arte, me ha dicho mi padre. Si me permite, no es usted el tipo de vendedor de enciclopedias a que estamos acostumbrados.
- ¿Ah, sí? -le espetó con asombro comedido la joven-. ¿Y cómo me ves tú, si puede saberse, para pensar que no tengo el tipo de vendedora de enciclopedias?
Manolito se vio sorprendido por la pregunta y refugió la mirada de nuevo en una rodilla de la vendedora, en la rodilla que, embutida en una fina media negra, sobresalía de la camilla de la mesa. De allí subió la mirada hasta sus ojos y su expresión indagadora, y se turbó.
- No sé... Un señor con gafas, traje oscuro, aburrido ...
La joven le interrumpió para decirle, mientras se inclinaba sobre la silla y arqueaba el busto, mostrando como la proa de un barco un escote atrevido e inesperado.
- ¿Y cómo te gustaría que fuese yo para sentirte más a gusto? -le susurró lentamente, con una voz profunda y cálida. Manolito tembló en su silla y se levantó con la excusa de ir a buscar algo a la cocina. Pasó al lado de donde estaba sentada la señorita, y esta abandonó rápidamente su postura para inclinarse a un lado y que el joven le rozara el cabello. "¿Te pasa algo?", le preguntó ella desde el salón, con voz preocupada.