SOBRE EL 35º FESTIVAL DE CINE DE HUESCA
El cine es una industria con la cual productores e inversores pretenden generar plusvalías que meterse al bolsillo.
¿Con qué fin el Ayuntamiento de Huesca, máximo responsable del evento, se gasta nuestros dineros, tantos dineros, en promocionar una industria sin presencia local? ¿Tal vez para promover la creación cinematográfica oscense?; si así fuera, el balance de resultados sería más bien pobre tras 35 años de festival. ¿Tal vez para situar a Huesca en el mapa gracias a crónicas en la prensa especializada?; si así fuera, seguro que existen medios más económicos e incluso eficaces de promocionar nuestra pequeña ciudad.
Uno, como ciudadano de a pie, no sabe a ciencia cierta para qué sirve este Festival; no sabe cuál es el fin perseguido por sus promotores: ¿tal vez promoción, escaparate y plataforma de nuestras autoridades? Creo que es esa la respuesta que más cuadra a toda la gente a la que he trasladado estas mismas preguntas.
Y, aun con todo eso, aplaudo la oportunidad que me brinda el Festival de visionar en pantalla grande y en versión original películas a las que difícilmente tendría acceso en Huesca. Y esa es otra de las cosas que encuentro extrañas en este Festival: que se premie a cineastas cuya obra jamás ha sido proyectada en las salas comerciales de nuestra ciudad. Salvo en un conocido cine-club, ningún cine se atreve a proyectar a Kaurismaki, Philibert o a los Taviani, ni a la inmensa mayoría de los nombres del largo palmarés del Festival. Ese desconocimiento por parte del espectador medio de los nombre premiados contribuye a crear un gran desnivel entre los programadores y el público: los primeros, conocedores de los arcanos del 7º arte, deciden lo que nosotros, ciudadanos de a pie, debemos admirar. No se trata, pues, de un festival del público y para el público, sino de una élite político-cultural que tal vez entiende mantenerse en su elitismo gracias a ese desnivel.
No obstante esto, los programadores y diseñadores del Festival hacen lo posible por acercarnos la obra de los premiados mediante la proyección de una semblanza-reportaje previa a la entrega de galardones; así justifican ante el público oscense que Nicolas Philibert, desconocido para la inmensa mayoría de nosotros, oscenses, reciba un homenaje. Pero, ¡qué curioso!; una vez convencido el público de que el autor de "Être et avoir" merece su galardón, van y nos ponen una película de Andrea Arnold (por cierto, estupenda). Y es que tal vez piensen los programadores que sería desaprovechar un viernes noche proyectando un documental de Philibert, relegado como quien dice a las proyecciones subalternas del mediodía. Y lo mismo pasó con el premio a los Taviani: tras el homenaje, ¡zas!, lorigazo al canto. O hay muy poca lógica en la manera de programar, o es que se creen muy poco los méritos de los galardonados.
Y, aun y todo, sigo aplaudiendo al Festival, que me hace pasar tan buenos momentos como con la obra de Marc Recha: otro premiado, relegado a la sesión de las 5 de la tarde. Sin embargo, nuestro festival por excelencia adolece de los mismos defectos que los demás eventos de nuestra ciudad: la importancia que se da a críticos, programadores y especialistas venidos de fuera, para quienes se reservan butacas estratégicas en el Avenida; lo mismito que en la Feria de Teatro, concebida para los programadores; o igual que en Periferias, en el que se ve llenas las últimas filas del Matadero de los amigos de los organizadores. Y aunque sean financiados con dinero público, estos festivales no son para el público.
Terminando: un aplauso al Festival como espectador egoísta; aunque se me conmueva el ciudadano que llevo dentro cuando se me reflexiona sobre los entresijos de la política cultural local.
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