EN EL FARALLON levantado por el valle que hace mi cabeza en la almohada, amanece un verdor: la futilidad del amor.
Me prohibo placer ilusorio de transición entre risas y llantos, ¿para qué, si no podré conservar en cuerpo y alma esta sensación de abracadabra volcánico?
Nado en el desamor entre corrientes poco violentas. No obstante, qué bello es hundirse en el momento.
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