AGUILUCHO LAGUNERO
Ratones, ranitas, pollos nidífugos, todos vibran dentro del fértil cañaveral. El aguilucho, cual detector de radiaciones, varía espasmódicamente su vuelo rasante por encima de la alberca. Cuando haya encontrado una inflexión en la monotonía del plancton cenagoso, se envalentonará a rasgar sus valiosas rémiges para llevar sustento a su prole.
Nada. Otra vez nada.
El plumero de un alto carrizo se ha quedado prendido a su cola, y disfruta de barloventos y sotaventos en los giros de tan sabio jinete de las corrientes.
El aguilucho está hambriento, y fochas y patos, aún confiando en su excesivo tamaño como presas, reculan ante los quiebros inesperados del mondrian de la alberca.
Suena el atardecer. El aguilucho se retira y despiertan los mil enigmas de la charca: sapos, rascones y polillas, se entregan al juego titilante del amor.
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