EN MOMENTOS ESPECIALES
creo haberme liberado
de la necesidad de amar.
Suele ser
depués de desayunar,
cuando mi sillón me recuerda
todas esas cosas buenas.
También se produce
durante la comida,
momento tan pletórico
de presente.
De la siesta me levanto
con ganas de pasear;
si llueve o hace frío
me entretengo con limpiar
o leyendo pasajes conocidos
de los viejos libros.
Ahora, incluso
en las tardes de primavera,
consigo que los cantos de los pájaros
que entran por la ventana
me gusten por ellos mismos,
no porque me anuncien
añoranza de un abrazo perdido.
Cuando la noche
se ha hecho sobre todo
de verdad,
acepto llevar a cabo
esta imitación bastarda
y tan poco plausible
de la vida de los demás.
Todos, toditos, todos,
absortos en
el saco de arena
que hace un vado
en el río que va a dar a la mar.
"Todos, toditos, todos":
qué fuerte me hace
creerme esclavo de otras ataduras
-sí, tan ontológicas como
las de todo hijo de vecino y conserje-
menos inseguras:
mi real servidumbre
lo es a la vida.
Y vivo me sé,
ni más, ni menos,
sin grandes necesidades
de magnificar ese hecho.
El día termina
sin que haya necesitado amar,
ni justificarme,
ni completarme creyendo
completar mi existencia.
Buenas noches; hasta mañana.
8/6/99 - 31/01/00
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