Caer y caer,
única ley universal
Javier Carnicer
PERDERSE en el detalle
y reencontrarse, grave,
en esas horas exhaustas,
con los recursos desgastados
en mil quimeras
de nobleza y esperanza.
Horas cansadas, horas pasadas
en que reconocemos el regusto
del vacío,
del azúcar áspero en los dientes.
Horas eternas de cartón-piedra,
de tramoya entreabierta
y cuerdas que cuelgan,
en las que nos reconocemos fugazmente
en el actor torpe e inseguro
que ensaya demasiado
ante el patio de butacas
deshabitado
y oscuro.
Tal vez recurrir entonces
podemos a una trampilla
y hacer mutis;
huir del claroscuro
para sumergirnos en la media luz
sin aristas ni irregularidades:
una pendiente suave,
pues de caer
en definitiva
se trata.
O permanecer impávidos
en la montaña rusa,
en el viento fresco de la ascensión
y la náusea del descenso violento.
Y todos llegamos cansados
por haber recorrido
idéntica distancia.
La única diferencia es el empleo
que cada uno hace
de la ley de la gravedad.
Barcelona, 17/7/99
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