martes, 24 de julio de 2007

LAMORA Y EL CARTEL LAURENTINO DEL 2007 (julio 2007)

LAMORA Y EL CARTEL LAURENTINO DEL 2007
(cartel contemplable en: http://www.lawebdeltalleres.com/asp/noticia.asp?cod_seccion=206)

Ante el cartel que el Ayuntamiento de Huesca encargó a Óscar Lamora –el conejito ataviado con pañoleta verde­: un simple trazo negro sobre fondo blanco que ofrece, por ello mismo, doble sensación de vacío: gráfico y semántico­–, yo creo que caben dos lecturas, la una excluyente de la otra.
1) Lamora se burla del Ayuntamiento. Admitiendo por la misma aceptación del encargo municipal que el artista se comporta como lacayo del poder político, Lamora podría estar realizando una obra cargada de ironía, en la que el doble vacío señalado más arriba sería el cumplimiento de su parte de contrato. La absoluta falta de transmisión de ideas a través del cartel revelaría que, aun prostituyéndose, el artista propone un juego de idiocia y deja la interpretación a los demás. Él se ha limitado a dibujar, rechazando cualquier representación o semántica, regalando su producto a la lectura de los otros: ¿un conejito que vive en las afueras de la ciudad y que viste la pañoleta al enterarse de la inminencia de las fiestas? ¿Por qué no?
La producción de Lamora podría ser una demostración a contrario de la función del arte dentro de la tradición de la izquierda estética: crítica de la alienación, reconciliación de sujeto y objeto (Terry Eagleton: La Estética como ideología, Trotta, p. 450). Lamora podría estar señalando lo fácil que resulta optar por un giro a la derecha: lo fácil e inane de un arte que olvida el análisis teórico, apego al individuo en su particularidad, función social nula... (Eagleton, ibidem).
Podría declarar de esta manera Lamora la autonomía del arte con respecto al poder político al que sirve: el conejito de marras da fe del fin de la proverbial y ya démodée libertad subversiva del arte. Su doble vacío sería, otra vez, una demostración moralizante de los peligros que acechan en el entorno del poder al artista digno de ese nombre.
En definitiva, Lamora podría estar jugando con el Ayuntamiento de Huesca al proponer una obra que, por su absoluta inanidad y vacío, probara una vez más la célebre máxima de Goya: "el sueño de la razón produce monstruos".
2) Lamora ha decidido poner su oficio a servicio de las instituciones políticas. En este caso, Lamora cumple su parte del contrato entregando un producto cuyo contenido es mera forma, sin justificación racional, cuyo único valor reside en el nombre del productor –avalado por su elección previa en Periferias Agit-prop y apadrinamiento del multiusos Isidro Ferrer–, y cuya sola función social es la de apoyar y acompañar al poder en su promoción.
Esta opción resultaría chocante en la trayectoria de Lamora por un par de motivos: 1) el grueso de su obra ha servido a una ideología de clara vocación subversiva (CNT de Huesca); 2) su trabajo más personal, el que figura en su book (¿se llama así en el mundillo del arte?), no huye de la narración –quiere decir y dice "algo". Ese bagaje personal se convierte de esta manera en poco más que un entrenamiento, en un continuado ejercicio de estilo en el que la causa apoyada podría no ser más que un pretexto para el desarrollo de su técnica. Porque como profesionales en su gremio, los artistas aspiran a vivir de su oficio.
Y en este país nuestro en el que la política institucional ha pervertido desde tiempo ha la libertad artística, los ministerios, diputaciones y ayuntamientos se han convertido en mecenas interesados de la labor artística. Si la burguesía empresarial siempre ha confiado a los artistas la representación de sus atributos fácticos y morales, la clase política confía en el presente la transmisión de sus valores a los profesionales del pincel. Contando con los fondos del erario público, con el dinero de los impuestos ciudadanos, la política encarga a los artistas la plasmación estilizada de sus actos.
Pero aun dentro de este apoyo del mundillo artístico a la promoción política creo que podrían distinguirse dos tendencias:
1) celebración, de la que el cuadro de Sanagustín sobre la nueva traída de aguas a Huesca es el más claro exponente: encargo del alcalde al pintor para que quedase inmortalizado su decisivo papel en tan importante obra pública. Uno desconoce si ese cuadro era consecuencia necesaria del encargo del concejo a Sanagustín del cartel laurentino de hace un par de años: parejitas con niños vestidas de blanco y verde se dirigen hacia la estatua de un rey inmortal (¿cabe mejor representación del poder político, indiscutible y patriarcal?).
2) iconización, consistente en subrayar el papel del encargante mediante un artefacto desprovisto de contenido e impermeable a cualesquiera lectura o interpretación. El poder político sale con ello mejor parado, pues la obra enmarcable en esta tendencia parece señalar la infalibilidad del poder: sin contenido, la crítica a la obra sólo puede ser formal, de la que escapará la institución sin un solo rasguño. ¿Qué refiere el conejito laurentino: acaso es la representación de la concejal de cultura y fiestas, Teresa Sas, como chica playboy? ¿Es realmente un conejito que vive en las afueras de la ciudad y que viste la pañoleta al enterarse de la inminencia de las fiestas? ¿Por qué no? ¿Y por qué sí?

De esas dos lecturas posibles, burla o prostitución al poder político, yo me quedo gustosamente con la primera; aunque deba afirmar que, de ser ese el propósito de Lamora, su percepción sea difícil. Desconozco cuáles son los términos del contrato Ayuntamiento-artista: tal vez una cláusula señale la posibilidad de rescisión en el caso de crítica evidente o injuria a la institución encargante –permitiendo así el secuestro de la obra, como la portada más famosa de El Jueves de los últimos años. Si es el conejito donde se halla la crítica subversiva y analítica al poder –algo que no nos habría extrañado teniendo en cuenta la trayectoria de Lamora–, tomémoslo como si fuera el que atraía a la Alicia de Lewis Carroll y le daba acceso a una dimensión más profunda dentro del País de las Maravillas. Algo tiene que haber, algo debe esconder tan níveo roedor para que Lamora lo haya sacado tranquilamente de su chistera mágica.
Quiero no pensar en que Lamora pretende medrar como profesional a la sombra de la clase política: riendo sus gracias, celebrando sus actos, inmortalizando su presencia, tal vez aspire el artista a integrarse dentro de la familia del poder y devenir, como el escultor Cajal, pariente de algún político de relieve: lograría así pasear sus artefactos por toda feria en que Aragón (DGA) crea merecer estar. O tal vez aspire a engrosar la nómina de artistas de proverbial y lucrativa fidelidad al régimen actual, como Teresa Ramón (encargo del mural frontal del Multiusos oscense) y otros.
Como trasfondo de todas estas consideraciones se halla, indudablemente, la necesaria discusión acerca de qué son el arte y la cultura; si se trata de manifestaciones personales de un creador (y por lo tanto a servicio únicamente de sí mismo), o, por el contrario, cubren las necesidades de manifestación de otros individuos –mecenas, compradores y "encargantes". El primer caso parece haber quedado obsoleto desde el momento en el que el arte se ha integrado en el mercado: la obra de arte pasa a ser un objeto de lujo que, inhabilitado para la comunicación de lo bello (la belleza ha dejado de ser un componente de la estética contemporánea), significa la condición de quien lo posee. Como si de un animal exótico se tratara, como un tigre de Bengala amaestrado, inútil e inservible, la obra de arte sólo sirve ahora para realzar el estatus de quien la haya hecho suya. El creador pasa con ello a servicio del mejor postor, instrumentalizado y prostituido, ya sea para deleite y representación de unos pocos, ya para ser ofrecido al disfrute masivo de la mayoría. La relación reflexiva del autor con su obra desaparece, puesto que ya no busca los efectos curativos, catárticos, en su realización.
La antigua dicotomía entre arte y artesanía se desintegra, pues, al servicio del mercado, el artista se convierte en simple hacedor de objetos. El arte, así considerado, se banaliza enormemente y pierde todo su carácter de fuente de conocimiento, de liberación ético-política y de sublimación libidinal, perdiéndose en la utilidad de un espejo de bonito marco.

3 comentarios:

joaquin.chc@gmail.com dijo...

Observad con detenimiento el cartel y quizá lleguéis a la conclusión a la que yo he llegado: el conejo está procediendo a una práctica onanista (esa pata/mano derecha, esa mirada). Tal vez la intención del autor (caso de haberla) sea la de promover las artes masturbatorias (CARNALES O METAFÍSICAS) entre la población de La Hoya. Se me ocurren cientos de "intenciones" más, pero no es plan. Lo que es inquietante es que, año tras año, estemos esperando a ver qué cartelico saca el Excelentísimo Ayuntamiento para las fiestas, pagao por los ciudadanos con sus impuestos. A unos les gusta, a otros no, otros pasan... Pasan las vidas. Todos pagamos. Saludos. entrezenygen.

Unknown dijo...

Esperaba la "polémica" (hehe) que se ha montado a propósito del cartel de fiestas, ya que precisamente ese parece haber sido el objetivo final del mismo. Rebajemos los términos: no es un cartel trasgresor ni por la forma (el trazo sucio surgió en los –afortunadamente- lejanos 80 como respuesta a la línea viva de la escuela valenciana) ni por su aparente ausencia de fondo (el alejamiento entre significado y significante es ya un comodín que, en ocasiones, encubre una falta de previsión conceptual con la excusa del posibilismo interpretativo). La motivación (de haber un target tan definido) es que se hable del cartel en sí mismo, aunque sea bien, de lo modernos y progresistas (¿alguien me puede explicar que significa?) que somos en esta ciudad, de lo caduco que está ya el concepto “huesqueta” y de que no se hunde el mundo (casi) porque no aparezcan los danzantes, la albahaca, la parrilla, el santopatrónysumadrelavirgen. El grado y origen de este supuesto dirigismo, de esa voluntad de epatar, es más difícil de rastrear.
Todo va en la misma línea últimamente: Periferias, Okuparte, etc. perdieron hace ya tiempo la frescura de su gestación y, una vez convenientemente fagocitadas por los excluy-entes locales, se quedan con la patina de pretendida “vanguardia para todos los públicos” (evito a propósito mencionar las jotas a precio de oro de Pirineos Sur, que me enciendo…) y con un evidente clientelismo, por otra parte apenas disimulado. Se descuidan las programaciones, se agotan las ideas, se sustituyen por ocurrencias. Lo que está pasando es que se quiere cambiar un “huesqueta” por otro no tan diferente en esencia e igual de rancio. Para construir hay que romper, no vale con darle una mano de pintura. En la proverbial lucha de la estética contra la ética, sigue ganando la primera.

Unknown dijo...

Esperaba la "polémica" (hehe) que se ha montado a propósito del cartel de fiestas, ya que precisamente ese parece haber sido el objetivo final del mismo. Rebajemos los términos: no es un cartel trasgresor ni por la forma (el trazo sucio surgió en los –afortunadamente- lejanos 80 como respuesta a la línea viva de la escuela valenciana) ni por su aparente ausencia de fondo (el alejamiento entre significado y significante es ya un comodín que, en ocasiones, encubre una falta de previsión conceptual con la excusa del posibilismo interpretativo). La motivación (de haber un target tan definido) es que se hable del cartel en sí mismo, aunque sea bien, de lo modernos y progresistas (¿alguien me puede explicar que significa?) que somos en esta ciudad, de lo caduco que está ya el concepto “huesqueta” y de que no se hunde el mundo (casi) porque no aparezcan los danzantes, la albahaca, la parrilla, el santopatrónysumadrelavirgen. El grado y origen de este supuesto dirigismo, de esa voluntad de epatar, es más difícil de rastrear.
Todo va en la misma línea últimamente: Periferias, Okuparte, etc. perdieron hace ya tiempo la frescura de su gestación y, una vez convenientemente fagocitadas por los excluy-entes locales, se quedan con la patina de pretendida “vanguardia para todos los públicos” (evito a propósito mencionar las jotas a precio de oro de Pirineos Sur, que me enciendo…) y con un evidente clientelismo, por otra parte apenas disimulado. Se descuidan las programaciones, se agotan las ideas, se sustituyen por ocurrencias. Lo que está pasando es que se quiere cambiar un “huesqueta” por otro no tan diferente en esencia e igual de rancio. Para construir hay que romper, no vale con darle una mano de pintura. En la proverbial lucha de la estética contra la ética, sigue ganando la primera.