miércoles, 9 de marzo de 2016

DESMONTANDO A SIPÁN: EL BLUFF LITERARIO (II). "Avisos de derrota" como redacción de un chico de 2º de ESO

Tal vez los lectores de CURROBLOG piensen que es la ojeriza, o la mala baba, lo que me empuja a hablar de ÓSCAR SIPÁN de la manera en que lo hago.
Pues no.
Óscar Sipán
El motivo principal de esta indagación es conocer las causas por las que este señor: a) forma parte del CONSEJO ARAGONÉS DE LA CULTURA; b) ha ganado tantos PREMIOS LITERARIOS; c) ha conseguido PUBLICAR TANTOS LIBROS.

Porque lo que es cierto es que SIPÁN ha gozado de cierto predicamento y difusión entre el "who's who" de las letras aragonesas, lo que debería estar motivado por una cierta excelencia como escritor, gracias a la cual poder ejercer un posible magisterio desde ese Consejo Aragonés de la Cultura.
Consejo Aragonés de la Cultura, presidido por
Ignacio Escuín, Director General de Cultura
En resumen, que me he estado preguntando qué es lo que realmente hace a SIPÁN merecedor de ese honor institucional –con su cortejo de prebendas que podrían consistir en encargos, subvenciones, etc.

Así pues, temiendo que mis comentarios se ocuparan en exclusiva de un en exceso juvenil escritor (Sipán contaba 29 años cuando se publicó Pólvora mojada, el libro comentado en la entrada anterior), he buceado en otro título posterior (AVISOS DE DERROTA, Onagro, Zaragoza, 2008) para averiguar si adolecía de los mismos defectos de escritura que Pólvora...

El primer contacto con AVISOS DE DERROTA es prometedor: cuidada edición de tapas duras, éstupenda portada a cargo de Óscar Sanmartín (que podría firmar sin sonrojo un Isidro Ferrer, o hasta un Chema Madoz), contraportada cubierta de comentarios laudatorios hacia el autor. Uno abre el libro, ojea en la antepenúltima página el índice, y todo va bien. Se siente incluso reforzado en su elección lectora al dar con la página siguiente, en la que se detalla que el libro contó con una beca (ayto. Zaragoza – CAI), mereciendo algunos de sus relatos hasta 5 premios literarios. Como tarjeta de visita, no está nada mal...
Pero, ¡ay cuando uno bucea y profundiza en los textos!

La lectura de los cuentos de Avisos... me ha dejado tan insatisfecho como la otra: misma fórmula, misma vacuidad, misma superficialidad ramplona -pero, lo que es peor, con pretensiones culturizantes.

Uno de los elementos de juicio que me ha sorprendido es el contraste encontrado entre mi lectura y la opinión vertida en la contraportada por CARLOS CASTÁN, a quien tengo por un escritor serio y bien formado, que reproduzco en parte:
Carlos Castán
“El oficio, la madurez que demuestra en sus libros, la adecuación del tono y del estilo narrativo (...) hacen de él un valor actual y evidente” (la cursiva es mía).
Otro comentarista, CARLOS MANZANO, de la revista Narrativas, escribe sobre Sipán diciendo que es

“un escritor concienzudo, meticuloso incluso (...) narrador altamente exigente y riguroso consigo mismo” (las cursivas son mías).

La pretendida meticulosidad, el anunciado rigor de los que habla Manzano, ya quedaron muy en entredicho en el comentario de mi lectura de Pólvora mojada (leer post anterior).

Pero, ¿se puede afirmar con Castán que Sipán demuestra madurez en sus libros?

Mi respuesta es NO: la obra de Sipán tiene el rigor y la profundidad de las redacciones de un estudiante de 2º de ESO. Intentaré mostrar en las líneas que siguen por qué opino de esa manera -al hilo de mi lectura de Avisos de derrota, publicado en 2008.

Y lo que he visto en los 5 relatos leídos (he desistido de leer más, me he limitado a los que abrían el conjunto y a otros dos que han merecido ser llevados a la pantalla: “Il mondo mio” (sic.) y “Cuarenta días de niebla”) es que Sipán, escritor ya cuarentón, tiene que crecer para: a) mejorar su escritura (o por lo menos, revisar sus textos antes de enviarlos a imprenta); b) abandonar los tópicos (que hacen que su escritura sea algo ramplona); c) educarse en feminismo; d) limpiar su concepto del sexo y el deseo; e) abandonar un cierto tufillo a elitismo cultureta.

A) Mejorar su escritura (nótese que sólo he escudriñado 5 de los 10 relatos que componen Avisos de derrota...)

El estilo de Sipán es perfectamente reconocible en una constante: frases habitualmente cortas que, de vez en cuando, se ven adornadas por un corolario culturizante o pretendidamente lírico. El primer elemento facilita la lectura; el segundo parece pretender acercar al narrador (que suele ser autodiegético) a una elevada posición cultureta -como veremos después.

Y es que, citando como cita a tantos nombres, digamos, ilustres de la literatura, el autor-narrador podría pretender convencernos de que su visión del mundo es elevada y sin contestación. Se trata, pues, de un recurso a figuras de autoridad cuyo simple conocimiento podría acercar al escritor a la excelencia.

Tal vez provenga de allí su confianza en sí mismo, que le evita tener que revisar y corregir sus textos, trufados como están de incorrecciones gramaticales y estilísticas, de contradicciones, así como de sintagmas “imposibles”.

En cuanto a las incorrecciones gramaticales y estilísticas, he hallado un par de ejemplos de falta de concordancia pronombre-referente: “cuándo mis defectos LE habían ganado el pulso a mis virtudes” (“El dios de las camareras”, p.16); “Yolanda ... intenta retenerLOS desesperadamente en su cartera de clientes” (“Cuarenta días de niebla, p. 94). Asimismo, un sinsentido como “motivos extra literarios” (“La jaula de Faraday”, p.41), en el que la separación entre el prefijo y el sustantivo no significa “fuera de” sino más bien “extraordinario, óptimo” o “añadido”. Y, por fin, ese título italianizante, “Il mondo mio”, que no sólo no está justificado por el contenido del cuento, sino que es incorrecto –mientras que un italiano diría “il mio mondo”. Pero, ¡cómo no ver un anacoluto en esta frase: “Quiso dar un paseo. Era muy hermosa” (“Il mondo mio”, p.37)! ¿Fue gracias a que ella empezó a andar que el narrador se percató de su belleza? Tal vez. Sea como fuere, esta triste y torpe escritura provoca un incómodo tropezón en el lector.

Sipán habla frecuentemente del atractivo de sus personajes femeninos (hablaré de ello más adelante), aunque la belleza pueda resultarle sospechosa de algo negativo (cómo no ver en ello un ramalazo misogino). Fijémonos sin embargo en que el torturador de “La jaula de Faraday” martiriza al escritor porque “el represor desconfía siempre de la belleza" (p.48). Pero si comparamos ese comentario con este otro del narrador autodiegético de “Cuarenta días de niebla” en el que dice no confiar en la guía de la bodega por ser guapa, ya que “la belleza invita a la desconfianza” (p. 97), ¿es posible establecer una identificación entre el torturador del 1º relato y el vendedor de pisos del 2º? ¿O acaso vale más establecerla con el narrador, quien, como veremos más adelante, presenta tintes machistas claramente detectables?

Para mayor abundamiento en todo ello, los 5 relatos estudiados presentan un determinado número de “sintagmas imposibles”, que lo son porque no significan nada, porque no remiten a ningún elemento del mismo relato, o porque son simple palabrería (algo que en el caso de un ensartador de perlas-como-palabras que podría ser un poeta no resultaría chocante, pero... ¿Sipán, poeta? Si considera a los poetas la personificación de la mediocridad...). Veamos:

En “El dios de las camareras” (p.13) nos habla de una mujer que tiene la “barbilla afrancesada” (¿qué narices quiere decir con eso? ¿cómo es la barbilla de una persona afrancesada?). En ese mismo relato (p.22), nos dice Sipán que “las olas eran como enaguas de ama de llaves” (es de imaginar que se refiera a los encajes, tan antiguos como el propio oficio de gobernanta). En “Il mondo mio” (p.33) nos dice que el paisaje se componía de “huertos trazados con cartabón y mala idea” (nuevo anacoluto). En ese mismo cuento (p.34), se refiere al “retrato de su madre, hemofílico y doliente” (¿¡un retrato hemofílico!? -seguro que se refería a la madre). También en “Il mondo mio” (p.35) se oye un sonido sepulcral (estamos en un cementerio) “como de gárgolas haciendo el amor” (una imagen en cierto modo gótica, que cuadra en el ambiente mortuorio, pero inasequible al entendimiento). El objeto del deseo del narrador de “Cuarenta días de niebla” es “Mónica, amazona treintañera” (p. 93): pero... ¿por qué 'amazona'? ¿Licencia poética? Pero recordemos que “la poesía es refugio de mediocres”. ¿O acaso la guía de la bodega va montada a caballo? ¿No será que, simplemente, “está buena” (en una identificación amazona=maciza)? ¡Ayayay! Fijémonos que, no obstante todo eso, el narrador dice (p.94) “me reconozco en ella (...) ensayando posturas ante un espejo”: ¿de verdad? Todo ello parecen espejismos, mentirijillas que “nos cuela” el narrador -como esas “luces de una feria” que fascinan a un heroinómano (“Cuarenta días de niebla, p. 97): ¡qué cosas!

Son, en puridad, recursos torpes que entorpecen, impidiéndola, una lectura inteligente del texto. Y es que, como ya le pasaba en Pólvora mojada (véase su análisis en este mismo blog), el narrador no puede dejar de significarse para dárselas de tal o de cual (recordad las torpes referencias cultistas a Rimsky-Korsakov, o a Charlie Parker), en lo que parece más una irrefrenable ansia de hablar de sí más que de introducir un elemento importante en la trama. Y si no, fijémonos en cómo ocupa ese narrador autodiegético casi una página entera de “Cuarenta días de niebla”, la nº96 (1 de 6), para hacer un excurso sobre su profesión del narrador. Rompiendo de esa manera el discurso, ese narrador es frecuentemente “excursivo” -es decir, que mea fuera de tiesto...
Sipán: revisa, corrige, desaparece del texto, multiplícate por cero (y divídete por 2, pues parece que escritor y narrador son la misma y torpecilla persona).

B) Abandonar los tópicos (que hacen que su escritura sea algo ramplona)
El recurso a las frases hechas, o a las propuestas manidas, hace que el lector experimentado eche la cabeza hacia atrás cuando se topa con ellas. Piensa el lector que si el autor recurre a ellas es por falta de otros recursos propios (malo) o porque intenta encandilarlo con referencias de fácil digestión.

Cuando Rick le dice al personaje interpretado por Ingrid Bergman en Casablanca que siempre les quedaría París, la capital francesa todavía contaba con un halo de romanticismo y bohemia que fue válido durante mucho tiempo. Pero que el narrador de un cuento, en 2008, afirme que uno de sus personajes descubrió en “París (...) el auténtico significado de la libertad” (“El dios de las camareras”, p.25) es pobre y corto de miras.
Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca (Michael Curtiz, 1942)
Pero contemplemos otro ejemplo que, por mi personal historia con Sipán, me ha llamado la atención. El vendedor de pisos de “Cuarenta días de niebla" interrumpe la visita de la bodega para ir al cuarto de baño; la limpísima puerta, el personaje-narrador siente “esa irresistible atracción de dibujar esvásticas en los retretes” (p. 98). ¿Por qué 'esa'? El uso del demostrativo remite a una experiencia conocida que se comparte con el lector. Pero..., ¿pretende Sipán que nosotros, lectores, también sentimos esa "irresistible atracción"? No, antes bien diría que el narrador comparte esa experiencia con el escritor, quien sí pudo "dibujar esvásticas en los retretes”. ¿Sipán, adolescente filonazi? Muy fuerte, ¿no? Pero compárese este aserto con un hecho real: el escritor envió en 2003 Mein Kampf, de Hitler, a este servidor: ¿quién guarda la obra del Führer entre sus archivos?

C) Educarse en feminismo.
El análisis de los relatos de Sipán entra en el apartado de los tópicos relativos a las mujeres.

Sipán (no lo olvidemos: consiguió que Pólvora mojada fuera lectura de Secundaria en nuestra Comunidad autónoma) contempla a las mujeres desde una posición patriarcal, lo que le lleva a considerarlas desde el "ETERNO FEMENINO" tan denostado por el feminismo clásico.

Desde esa visión arquetípica de las mujeres, éstas son frecuente presentadas como niñas, como princesas, como madres, como enfermas, o, finalmente, como seres dañinos relacionados con la muerte.

Son éstas las ocurrencias femeninas en Avisos de derrota.

Así Sara, la novia del narrador en “El dios de las camareras”, quien a pesar de su independencia de criterio, todavía "no se había distanciado tanto de la niña con disfraz de mujer” (p.13). Esa aseveración no puede extrañar cuando ese mismo narrador la tiene como una princesita de cuento, sintiéndose él mismo defraudado ante la autonomía sentimental de que hace gala: “Sara conoció a otra persona... ¿Quién podía imaginar que la princesa del cuento...?” (“El dios de las camareras”, p.15).

Las mujeres, según la apreciación patriarcal y tópica de Sipán, tienen en su esencia la obligación de ser madres, amenazadas de no poder cumplir ese mandato de la especie si no se dan prisa. Es lícito pensar así; nadie merece un anatema por creer que ése es el papel de las mujeres en la sociedad. El caso es no sólo que Sipán forma parte del Consejo Aragonés de la Cultura, sino que nuestros educandos corren el peligro de leer sus libros y educarse en su punto de vista.

En “Cuarenta días de niebla", el narrador-vendedor de pisos visita una bodega y se siente atraído por esa "amazona treintañera” (p. 93) a quien compadece cuando piensa en sus momentos de soledad: “la imagino enloquecida por el atronador tic-tac de su reloj biológico, ensayando posturas ante un espejo, llevando una vida espertana de cremas, tablas de gimnasia y yogures sin azúcar” (p. 94). Tal vez imagina ese narrador que la actividad cultureta de noble lectura de los clásicos está vedada a las mujeres, concentradas como están en el cultivo de su cuerpo destinado a la maternidad...

Y es que la posibilidad de no ser madres las puede arrojar en brazos de la hiperactividad o, directamente, de la locura. Así, la antagonista escritora de “La jaula de Faraday” (la uruguaya Agnese Martigny, ganadora del premio literario que no obtuvo el protagonista) “es una de esas mujeres entusiastas, de sombrero y maquillaje llamativo, que caminan irremediablemente hacia la locura” (p.46). Y es que, una vez alcanzada la irremediable locura, esas mujeres dejan una “estela de tristeza que dejan algunas mujeres, como trasatlánticos (sic.) arrastrando al hundirse a los pasajeros” (“Cuarenta días de niebla", p. 95). Triste destino el de las mujeres que eligen abandonar la vía que el patriarcado ha trazado en exclusiva para ellas y osan dedicarse a actividades sólo aptas para señores. ¿De verdad, lectores, merecen nuestros educandos estos contenidos machistas?

Pero aún hay más. Las mujeres, esos seres que, por ser ajenos a la óptica exclusiva masculina, se les antojan a los hombres como entes dolientes y extraños, tienen no obstante la posibilidad de ser independientes y tomar decisiones al margen del dictado masculino. Ya hemos visto que Sara, al conocer a otro hombre (“El dios de las camareras”), pierde automáticamente su condición de "princesa": castigada. Veamos el caso de Virginia, la antagonista de “Il mondo mio”: es una señorita que, tras una existencia libre de ataduras, parece sufrir catatonia y es enterrada viva. El narrador-guarda de cementerio la saca de su cautiverio. Como era de esperar, narrador y personaje hacen el amor sobre las tumbas, ella se enamora de él y le propone abandonar ese lugar. La negativa del narrador se traduce en devolver a su amante bandida a la tumba. Es decir, que la asesina: algo normal en un país en el que la violencia de género nos regala con casos de muerte día tras día. Pero no es lo único percibible en este relato (ese "la maté porque era mía" del tópico machista), sino la construcción de los personajes femeninos como algo maligno, o torpe, o dependiente, o enfermo.

Realmente, si Sipán vuelve a las aulas de literatura será por motivos muy oscuros –pero, desde luego, extrapedagógicos (y no "extra pedagógicos" como escribiría él).

D) Limpiar su concepto del sexo y el deseo.
Con el concepto de lo femenino de que hace gala el narrador autodiegético de Sipán, no podía ser más que negativo el deseo que ellas despiertan en él. El deseo erótico, que podría ser descrito como una celebración propuesta por nuestros sentidos, nuestro intelecto o nuestro subconsciente, está teñido en Sipán por un halo de oscuridad y de sentido de culpa. No es extraño que se sienta manchado quien sienta atracción hacia esos seres malignos, o enfermos, o infantiles...

En los relatos analizados, el constante punto de vista del narrador demuestra una atracción enfermiza por los pechos: “desde niño me fascinan los pechos, como las luces de una feria a un heroinómano” (“Cuarenta días de niebla", p. 97). Pero... ¿tan dolorosa es esa fijación que la compara a una adicción tóxica?
El deseo no sólo crea una peligrosa adicción al narrador, sino que confiesa que alienta lo inhumano en su persona. Desear es negativo, el deseo es enfermizo: así, el narrador de "El dios de las camareras" sufre una erección al echarse boca abajo en la arena de la playa y contemplar a una señora haciendo topless. Y sí, su erección es celebrada (“dos pechos al aire eran una fiesta"), pero en él "despertaron la mirada sucia del monstruo” (p.24).

Dr. Jekyll y Mr.Hyde: la nobleza y lo bestial, lo humano y lo animal que provoca en él la cercanía de lo femenino... ¡Ay!

E) Abandonar un cierto tufillo a elitismo cultureta.
Aunque el Dr. Jekyll constituya la parte noble de nuestra personalidad, no podemos matar sin contemplaciones a Mr Hyde... O así lo aseguraba el desenlace del relato de Stevenson.

Sipán parece creer firmemente en que existe una gradación: lo alto y lo bajo, lo noble y lo plebeyo, lo culto y lo popular.

Él, narrador de sus tramas, se sitúa directamente en el lado de lo alto, lo noble y lo culto. Tal vez de esa manera aspire a situarse por encima de determinada parte de la sociedad que no comulga con sus planteamientos, y que cultiva los placeres vulgares en lugar de literatura y arte. No se puede afirmar lo contrario al percatarnos de las continuas referencias cultas de que hace gala ese narrador-personaje, que, confesándose "letraherido", nos está diciendo que él es alguien especial.

Ya he avanzado antes que Sipán parece recurrir a figuras de autoridad cuyo simple conocimiento podría acercar al escritor a la excelencia (como si su frecuentación le comunicara automátiocamente su valía). No en vano, son tantos los nombres de escritores citados (Chester Himes, Houellebecq, Hemingway, Salinger, en “El dios de las camareras”; Onetti, Benedetti, Baroja, Dinesen en “La jaula de Faraday”) que podría estar queriéndonos decir que él es de su club de elegidos, de su cofradía de grandes escritores –y que eso marca una enorme diferencia con el resto de los mortales, dedicados a menesteres chabacanos y carentes de nobleza.

Es difícil asegurar que de esta manera Sipán quiere diferenciarse de sus comunes mortales, pero, por una parte, él parece considerar despectivamente a quien no comparte sus referencias literarias. Así, cuando la pareja protagonista de “El dios de las camareras” llegan a Moraira y comprueban la ignorancia de la gente del pueblo, el narrador-personaje parece exclamar con distante amargura: “Nadie, salvo el concejal de turno o la bibliotecaria a punto de jubilarse, parecía conocerlo (a Chester Himes)” (p.19).

Y es que el común de los mortales se dedica a vivir la vida en lugar de encerrarse en la lectura de los libros que Sipán considera necesarios para vivir. Y, como es gente baja e innoble, sus celebraciones sólo pueden ser rastreras. Así es en el caso de los turistas extranjeros en Moraira, en “El dios de las camareras”: “en la Gran Fiesta del Daiquiri, el alcohol sería de garrafa y, al igual que con Chester Himes, nadie había oído hablar del autor de El viejo y el mar” (p.21).

El placer erótico también parece limitado a ese sector de la sociedad que, por su formación o por su ocupación, se dedican a entretenimientos bajos e innobles. Ya hemos visto antes que Sipán consideraba algo "sucio", e incluso "monstruoso" la atracción sexual: los que no son letraheridos como él disfrutan del sexo como bestias. Así los vecinos del narrador en “Cuarenta días de niebla", ruidosos amantes: “multiorgásmica y dependienta de perfumería, fontanero pelirrojo él” (p. 95). Dependienta y fontanero: el rol hace la persona, diría Castells... ¡Qué limitación, qué cortedad la de ese narrador!

El trabajo innoble, el trabajo no cualificado genera esa actitud despreocupada ante la vida, cuán lejana de la de un letraherido escritor de cuentos. Él, limpito visitante de la bodega, dice: “me cruzo con una mujer, con ... pegotes de barro en los antebrazos ... cicatriz en la mejilla ... el mundo es ancho y áspero como los tobillos de esta campesina rumana” (“Cuarenta días de niebla", p. 98). Sucia, de acuerdo, sí, debido a su trabajo físico apegado a la tierra, ajeno al trabajo intelectual del escritor; y lógico que el hábito de la labor refuerce sus tobillos. Pero, ¿la cicatriz? ¿Y su referencia geográfica? Estamos en un intento más descarado que cualquier otro de alejar al escritor-narrador-personaje de la innoble condición de los trabajadores manuales: ya ni siquiera "son-de-aquí", como él, sino que "son-de-otro-sitio", donde beben garrafón, follan como animales y, además, están marcados físicamente con las taras del trabajo. ¡Cómo no ver en todo ello los signos de un clasismo basado en la cultura, en el trabajo, en la extracción social!

Sipán no es como ellos: él es un personaje ennoblecido por la literatura, lo que le ha permitido codearse con los nombres nobles de la historia de la cultura, amén de distanciarse del común de los mortales. ¡Qué ramplón, qué fácil, qué básico!

Podría ese escritor-narrador-personaje haber hablado de su práctica literaria en positivo: diciendo qué es lo que le aportan las Letras, qué alturas le permite alcanzar el trabajo intelectual, qué bondades existen en las altas esferas... Pero no, pues ha preferido hablar de sí como en el vaciado de un molde: diciendo lo que no es, distinguiéndose de las pobres gentes condenadas a trabajar con sus manos y a disfrutar de placeres impropios de un alma gentil.


Pero..., ¿puede considerarse noble y gentil la ideología de un escritor tan poco educada, tan poco formada, que además usa de recursos tan pobres y de tantas incorrecciones?

Lo más seguro es que la seguridad en su valía y en su escritura se la hayan dado a Sipán los premios literarios con los que, incomprensiblemente, se ha visto galardonado. Amén de su cercanía al campo sociológico literario aragonés que le ha valido su inclusión en el Consejo Aragonés de la Cultura.

¡¡¿Qué dinámica tienen que llevar los premios literarios para que sus deficientes y reaccionarios relatos hayan sido premiados?!!

¡¡¿Sobre qué base se ha formado ese extraño Consejo Aragonés de la Cultura para que Sipán, prolífico pero pésimo escritor, haya sido invitado?


Eso será el tema de la PRÓXIMA ENTREGA de “SIPÁN: EL BLUFF LITERARIO”.

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