Tal
vez los lectores de CURROBLOG piensen que es la ojeriza, o la mala
baba, lo que me empuja a hablar de ÓSCAR SIPÁN de la
manera en que lo hago.
Pues
no.
Óscar Sipán |
El
motivo principal de esta indagación es conocer las causas por
las que este señor: a) forma parte del CONSEJO ARAGONÉS
DE LA CULTURA; b) ha ganado tantos PREMIOS LITERARIOS; c) ha
conseguido PUBLICAR TANTOS LIBROS.
Porque
lo que es cierto es que SIPÁN ha gozado de cierto predicamento
y difusión entre el "who's who" de las letras
aragonesas, lo que debería estar motivado por una cierta
excelencia como escritor, gracias a la cual poder ejercer un posible
magisterio desde ese Consejo Aragonés de la Cultura.
Consejo Aragonés de la Cultura, presidido por Ignacio Escuín, Director General de Cultura |
En
resumen, que me he estado preguntando qué es lo que realmente
hace a SIPÁN merecedor de ese honor institucional –con su
cortejo de prebendas que podrían consistir en encargos,
subvenciones, etc.
Así
pues, temiendo que mis comentarios se ocuparan en exclusiva de un en
exceso juvenil escritor (Sipán contaba 29 años cuando
se publicó Pólvora mojada,
el libro comentado en la entrada anterior), he buceado en otro título
posterior (AVISOS DE DERROTA,
Onagro, Zaragoza, 2008) para averiguar si adolecía de los
mismos defectos de escritura que Pólvora...
El
primer contacto con AVISOS DE DERROTA
es prometedor: cuidada edición de tapas duras, éstupenda
portada a cargo de Óscar Sanmartín (que podría
firmar sin sonrojo un Isidro Ferrer, o hasta un Chema Madoz),
contraportada cubierta de comentarios laudatorios hacia el autor. Uno
abre el libro, ojea en la antepenúltima página el
índice, y todo va bien. Se siente incluso reforzado en su
elección lectora al dar con la página siguiente, en la
que se detalla que el libro contó con una beca (ayto. Zaragoza
– CAI), mereciendo algunos de sus relatos hasta 5 premios
literarios. Como tarjeta de visita, no está nada mal...
Pero,
¡ay cuando uno bucea y profundiza en los textos!
La
lectura de los cuentos de Avisos...
me ha dejado tan insatisfecho como la otra: misma fórmula,
misma vacuidad, misma superficialidad ramplona -pero, lo que es peor,
con pretensiones culturizantes.
Uno de los elementos de juicio que me ha sorprendido es el contraste
encontrado entre mi lectura y la opinión vertida en la
contraportada por CARLOS CASTÁN, a quien tengo por un escritor
serio y bien formado, que reproduzco en parte:
Carlos Castán |
“El
oficio, la madurez que
demuestra en sus libros, la adecuación del tono y del estilo
narrativo (...) hacen de él un valor actual y evidente” (la
cursiva es mía).
Otro
comentarista, CARLOS MANZANO, de la revista Narrativas,
escribe sobre Sipán diciendo que es
“un
escritor concienzudo, meticuloso
incluso (...) narrador altamente exigente y riguroso
consigo mismo” (las cursivas son mías).
La
pretendida meticulosidad,
el anunciado rigor de
los que habla Manzano, ya quedaron muy en entredicho en el comentario
de mi lectura de Pólvora mojada
(leer post anterior).
Pero,
¿se puede afirmar con Castán que Sipán demuestra
madurez en sus libros?
Mi
respuesta es NO: la obra de Sipán tiene el
rigor y la profundidad de las redacciones de un estudiante de 2º
de ESO. Intentaré mostrar en las
líneas que siguen por qué opino de esa manera -al hilo
de mi lectura de Avisos de derrota,
publicado en 2008.
Y
lo que he visto en los 5 relatos leídos (he desistido de leer
más, me he limitado a los que abrían el conjunto y a
otros dos que han merecido ser llevados a la pantalla: “Il mondo
mio” (sic.) y
“Cuarenta días de niebla”) es que Sipán, escritor
ya cuarentón, tiene que crecer para: a) mejorar su escritura
(o por lo menos, revisar sus textos antes de enviarlos a imprenta);
b) abandonar los tópicos (que hacen que su escritura sea algo
ramplona); c) educarse en feminismo; d) limpiar su concepto del sexo
y el deseo; e) abandonar un cierto tufillo a elitismo cultureta.
A)
Mejorar su escritura (nótese que sólo he escudriñado
5 de los 10 relatos que componen Avisos
de derrota...)
El
estilo de Sipán es perfectamente reconocible en una constante:
frases habitualmente cortas que, de vez en cuando, se ven adornadas
por un corolario culturizante o pretendidamente lírico. El
primer elemento facilita la lectura; el segundo parece pretender
acercar al narrador (que suele ser autodiegético) a una
elevada posición cultureta -como veremos después.
Y
es que, citando como cita a tantos nombres, digamos, ilustres de la
literatura, el autor-narrador podría pretender convencernos de
que su visión del mundo es elevada y sin contestación.
Se trata, pues, de un recurso a figuras de autoridad cuyo simple
conocimiento podría acercar al escritor a la excelencia.
Tal
vez provenga de allí su confianza en sí mismo, que le
evita tener que revisar y corregir sus textos, trufados como están
de incorrecciones gramaticales y estilísticas, de
contradicciones, así como de sintagmas “imposibles”.
En
cuanto a las incorrecciones gramaticales y estilísticas, he
hallado un par de ejemplos de falta de concordancia
pronombre-referente: “cuándo mis defectos LE habían
ganado el pulso a mis virtudes”
(“El dios de las camareras”, p.16); “Yolanda ... intenta
retenerLOS desesperadamente en su cartera de clientes” (“Cuarenta
días de niebla, p. 94). Asimismo, un sinsentido como “motivos
extra literarios”
(“La jaula de Faraday”, p.41), en el que la separación
entre el prefijo y el sustantivo no significa “fuera de” sino más
bien “extraordinario, óptimo” o “añadido”. Y,
por fin, ese título italianizante, “Il
mondo mio”, que no sólo no está
justificado por el contenido del cuento, sino que es incorrecto
–mientras que un italiano diría “il
mio
mondo”. Pero, ¡cómo no ver un
anacoluto en esta frase: “Quiso dar un paseo. Era muy hermosa”
(“Il mondo mio”, p.37)! ¿Fue gracias a que ella empezó
a andar que el narrador se percató de su belleza? Tal vez. Sea
como fuere, esta triste y torpe escritura provoca un incómodo
tropezón en el lector.
Sipán
habla frecuentemente del atractivo de sus personajes femeninos
(hablaré de ello más adelante), aunque la belleza pueda
resultarle sospechosa de algo negativo (cómo no ver en ello un
ramalazo misogino). Fijémonos sin embargo en que el torturador
de “La jaula de Faraday” martiriza al escritor porque “el
represor desconfía siempre de la belleza" (p.48). Pero si
comparamos ese comentario con este otro del narrador autodiegético
de “Cuarenta días de niebla” en el que dice no confiar en
la guía de la bodega por ser guapa, ya que “la belleza
invita a la desconfianza” (p. 97), ¿es posible establecer
una identificación entre el torturador del 1º relato y el
vendedor de pisos del 2º? ¿O acaso vale más
establecerla con el narrador, quien, como veremos más
adelante, presenta tintes machistas claramente detectables?
Para
mayor abundamiento en todo ello, los 5 relatos estudiados presentan
un determinado número de “sintagmas imposibles”, que lo
son porque no significan nada, porque no remiten a ningún
elemento del mismo relato, o porque son simple palabrería
(algo que en el caso de un ensartador de perlas-como-palabras que
podría ser un poeta no resultaría chocante, pero...
¿Sipán, poeta? Si considera a los poetas la
personificación de la mediocridad...). Veamos:
En
“El dios de las camareras” (p.13) nos habla de una mujer que
tiene la “barbilla afrancesada” (¿qué narices
quiere decir con eso? ¿cómo es la barbilla de una
persona afrancesada?). En ese mismo relato (p.22), nos dice Sipán
que “las olas eran como enaguas de ama de llaves” (es de imaginar
que se refiera a los encajes, tan antiguos como el propio oficio de
gobernanta). En “Il mondo mio” (p.33) nos dice que el paisaje se
componía de “huertos trazados con cartabón y mala
idea” (nuevo anacoluto). En ese mismo cuento (p.34), se refiere al
“retrato de su madre, hemofílico y doliente” (¿¡un
retrato hemofílico!? -seguro que se refería a la
madre). También en “Il mondo mio” (p.35) se oye un sonido
sepulcral (estamos en un cementerio) “como de gárgolas
haciendo el amor” (una imagen en cierto modo gótica, que
cuadra en el ambiente mortuorio, pero inasequible al entendimiento).
El objeto del deseo del narrador de “Cuarenta días de
niebla” es “Mónica, amazona treintañera” (p. 93):
pero... ¿por qué
'amazona'? ¿Licencia poética? Pero recordemos que “la
poesía es refugio de mediocres”. ¿O acaso la guía
de la bodega va montada a caballo? ¿No será que,
simplemente, “está buena” (en una identificación
amazona=maciza)? ¡Ayayay! Fijémonos que, no obstante
todo eso, el narrador dice (p.94) “me
reconozco en ella (...) ensayando posturas ante un espejo”: ¿de
verdad? Todo ello parecen espejismos, mentirijillas que “nos cuela”
el narrador -como esas “luces de una feria” que fascinan a un
heroinómano (“Cuarenta días de niebla, p. 97): ¡qué
cosas!
Son,
en puridad, recursos torpes que entorpecen, impidiéndola, una
lectura inteligente del texto. Y es que, como ya le pasaba en Pólvora
mojada (véase su análisis en
este mismo blog), el narrador no puede dejar de significarse para
dárselas de tal o de cual (recordad las torpes referencias
cultistas a Rimsky-Korsakov, o a Charlie Parker), en lo que parece
más una irrefrenable ansia de hablar de sí más
que de introducir un elemento importante en la trama. Y si no,
fijémonos en cómo ocupa ese narrador autodiegético
casi una página entera de “Cuarenta días de niebla”,
la nº96 (1 de 6), para hacer un excurso sobre su profesión
del narrador. Rompiendo de esa manera el discurso, ese narrador es
frecuentemente “excursivo” -es decir, que mea fuera de tiesto...
Sipán:
revisa, corrige, desaparece del texto, multiplícate por cero
(y divídete por 2, pues parece que escritor y narrador son la
misma y torpecilla persona).
B)
Abandonar los tópicos (que hacen que su
escritura sea algo ramplona)
El
recurso a las frases hechas, o a las propuestas manidas, hace que el
lector experimentado eche la cabeza hacia atrás cuando se topa
con ellas. Piensa el lector que si el autor recurre a ellas es por
falta de otros recursos propios (malo) o porque intenta encandilarlo
con referencias de fácil digestión.
Cuando
Rick le dice al personaje interpretado por Ingrid Bergman en
Casablanca que siempre
les quedaría París, la capital francesa todavía
contaba con un halo de romanticismo y bohemia que fue válido
durante mucho tiempo. Pero que el narrador de un cuento, en 2008,
afirme que uno de sus personajes descubrió en “París
(...) el auténtico significado de la libertad” (“El dios
de las camareras”, p.25) es pobre y corto de miras.
Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca (Michael Curtiz, 1942) |
Pero
contemplemos otro ejemplo que, por mi personal historia con Sipán,
me ha llamado la atención. El vendedor de pisos de “Cuarenta
días de niebla" interrumpe la visita de la bodega para ir
al cuarto de baño; la limpísima puerta, el
personaje-narrador siente “esa
irresistible atracción de dibujar esvásticas en los
retretes” (p. 98). ¿Por qué 'esa'? El uso del
demostrativo remite a una experiencia conocida que se comparte con el
lector. Pero..., ¿pretende Sipán que nosotros,
lectores, también sentimos esa "irresistible atracción"?
No, antes bien diría que el narrador comparte esa experiencia
con el escritor, quien sí pudo "dibujar esvásticas
en los retretes”. ¿Sipán, adolescente filonazi? Muy
fuerte, ¿no? Pero compárese este aserto con un hecho
real: el escritor envió en 2003 Mein
Kampf, de Hitler, a este servidor: ¿quién
guarda la obra del Führer entre sus archivos?
C)
Educarse en feminismo.
El
análisis de los relatos de Sipán entra en el apartado
de los tópicos relativos a las mujeres.
Sipán
(no lo olvidemos: consiguió que Pólvora
mojada fuera lectura de Secundaria en nuestra
Comunidad autónoma) contempla a las mujeres desde una posición
patriarcal, lo que le lleva a considerarlas desde el "ETERNO
FEMENINO" tan denostado por el feminismo clásico.
Desde
esa visión arquetípica de las mujeres, éstas son
frecuente presentadas como niñas, como princesas, como madres,
como enfermas, o, finalmente, como seres dañinos relacionados
con la muerte.
Son
éstas las ocurrencias femeninas en Avisos
de derrota.
Así
Sara, la novia del narrador en “El dios de las camareras”, quien
a pesar de su independencia de criterio, todavía "no se
había distanciado tanto de la niña
con disfraz de mujer” (p.13). Esa
aseveración no puede extrañar cuando ese mismo narrador
la tiene como una princesita de cuento, sintiéndose él
mismo defraudado ante la autonomía sentimental de que hace
gala: “Sara conoció a otra persona... ¿Quién
podía imaginar que la princesa del
cuento...?” (“El dios de las camareras”,
p.15).
Las
mujeres, según la apreciación patriarcal y tópica
de Sipán, tienen en su esencia la obligación de ser
madres, amenazadas de no poder cumplir ese mandato de la especie si
no se dan prisa. Es lícito pensar así; nadie merece un
anatema por creer que ése es el papel de las mujeres en la
sociedad. El caso es no sólo que Sipán forma parte del
Consejo Aragonés de la Cultura, sino que nuestros educandos
corren el peligro de leer sus libros y educarse en su punto de vista.
En
“Cuarenta días de niebla", el narrador-vendedor de
pisos visita una bodega y se siente atraído por esa "amazona
treintañera” (p. 93) a quien compadece cuando piensa en sus
momentos de soledad: “la imagino enloquecida por el atronador
tic-tac de su reloj biológico, ensayando posturas ante un
espejo, llevando una vida espertana de cremas, tablas de gimnasia y
yogures sin azúcar” (p. 94). Tal vez imagina ese narrador
que la actividad cultureta de noble lectura de los clásicos
está vedada a las mujeres, concentradas como están en
el cultivo de su cuerpo destinado a la maternidad...
Y
es que la posibilidad de no ser madres las puede arrojar en brazos de
la hiperactividad o, directamente, de la locura. Así, la
antagonista escritora de “La jaula de Faraday” (la uruguaya
Agnese Martigny, ganadora del premio literario que no obtuvo el
protagonista) “es una de esas mujeres entusiastas, de sombrero y
maquillaje llamativo, que caminan irremediablemente hacia
la locura” (p.46). Y es que, una vez
alcanzada la irremediable locura, esas mujeres dejan una “estela de
tristeza que dejan algunas mujeres, como trasatlánticos (sic.)
arrastrando al hundirse a los pasajeros” (“Cuarenta días
de niebla", p. 95). Triste destino el de las mujeres que eligen
abandonar la vía que el patriarcado ha trazado en exclusiva
para ellas y osan dedicarse a actividades sólo aptas para
señores. ¿De verdad, lectores, merecen nuestros
educandos estos contenidos machistas?
Pero
aún hay más. Las mujeres, esos seres que, por ser
ajenos a la óptica exclusiva masculina, se les antojan a los
hombres como entes dolientes y extraños, tienen no obstante la
posibilidad de ser independientes y tomar decisiones al margen del
dictado masculino. Ya hemos visto que Sara, al conocer a otro hombre
(“El dios de las camareras”), pierde automáticamente su
condición de "princesa": castigada. Veamos el caso
de Virginia, la antagonista de “Il mondo
mio”: es una señorita que, tras una
existencia libre de ataduras, parece sufrir catatonia y es enterrada
viva. El narrador-guarda de cementerio la saca de su cautiverio.
Como era de esperar, narrador y personaje hacen el amor sobre las
tumbas, ella se enamora de él y le propone abandonar ese
lugar. La negativa del narrador se traduce en devolver a su amante
bandida a la tumba. Es decir, que la asesina: algo normal en un país
en el que la violencia de género nos regala con casos de
muerte día tras día. Pero no es lo único
percibible en este relato (ese "la maté porque era mía"
del tópico machista), sino la construcción de los
personajes femeninos como algo maligno, o torpe, o dependiente, o
enfermo.
Realmente,
si Sipán vuelve a las aulas de literatura será por
motivos muy oscuros –pero, desde luego, extrapedagógicos (y
no "extra pedagógicos" como escribiría él).
D)
Limpiar su concepto del sexo y el deseo.
Con
el concepto de lo femenino de que hace gala el narrador autodiegético
de Sipán, no podía ser más que negativo el deseo
que ellas despiertan en él. El deseo erótico, que
podría ser descrito como una celebración propuesta por
nuestros sentidos, nuestro intelecto o nuestro subconsciente, está
teñido en Sipán por un halo de oscuridad y de sentido
de culpa. No es extraño que se sienta manchado quien sienta
atracción hacia esos seres malignos, o enfermos, o
infantiles...
En
los relatos analizados, el constante punto de vista del narrador
demuestra una atracción enfermiza por los pechos: “desde
niño me fascinan los pechos, como las luces de una feria a un
heroinómano” (“Cuarenta días de niebla", p.
97). Pero... ¿tan dolorosa es esa fijación que la
compara a una adicción tóxica?
El
deseo no sólo crea una peligrosa adicción al narrador,
sino que confiesa que alienta lo inhumano en su persona. Desear es
negativo, el deseo es enfermizo: así, el narrador de "El
dios de las camareras" sufre una erección al echarse boca
abajo en la arena de la playa y contemplar a una señora
haciendo topless. Y sí, su erección es celebrada (“dos
pechos al aire eran una fiesta"), pero en él
"despertaron la mirada sucia del
monstruo” (p.24).
Dr.
Jekyll y Mr.Hyde: la nobleza y lo bestial, lo humano y lo animal que
provoca en él la cercanía de lo femenino... ¡Ay!
E)
Abandonar un cierto tufillo a elitismo
cultureta.
Aunque
el Dr. Jekyll constituya la parte noble de nuestra personalidad, no
podemos matar sin contemplaciones a Mr Hyde... O así lo
aseguraba el desenlace del relato de Stevenson.
Sipán
parece creer firmemente en que existe una gradación: lo alto y
lo bajo, lo noble y lo plebeyo, lo culto y lo popular.
Él,
narrador de sus tramas, se sitúa directamente en el lado de lo
alto, lo noble y lo culto. Tal vez de esa manera aspire a situarse
por encima de determinada parte de la sociedad que no comulga con sus
planteamientos, y que cultiva los placeres vulgares en lugar de
literatura y arte. No se puede afirmar lo contrario al percatarnos de
las continuas referencias cultas de que hace gala ese
narrador-personaje, que, confesándose "letraherido",
nos está diciendo que él es alguien especial.
Ya
he avanzado antes que Sipán parece recurrir a figuras de
autoridad cuyo simple conocimiento podría acercar al escritor
a la excelencia (como si su frecuentación le comunicara
automátiocamente su valía). No en vano, son tantos los
nombres de escritores citados (Chester Himes, Houellebecq, Hemingway,
Salinger, en “El dios de las camareras”; Onetti, Benedetti,
Baroja, Dinesen en “La jaula de Faraday”) que podría estar
queriéndonos decir que él es de su club de elegidos, de
su cofradía de grandes escritores –y que eso marca una
enorme diferencia con el resto de los mortales, dedicados a
menesteres chabacanos y carentes de nobleza.
Es
difícil asegurar que de esta manera Sipán quiere
diferenciarse de sus comunes mortales, pero, por una parte, él
parece considerar despectivamente a quien no comparte sus referencias
literarias. Así, cuando la pareja protagonista de “El dios
de las camareras” llegan a Moraira y comprueban la ignorancia de la
gente del pueblo, el narrador-personaje parece exclamar con distante
amargura: “Nadie, salvo el concejal de turno o la bibliotecaria a
punto de jubilarse, parecía conocerlo (a Chester Himes)”
(p.19).
Y
es que el común de los mortales se dedica a vivir la vida en
lugar de encerrarse en la lectura de los libros que Sipán
considera necesarios para vivir. Y, como es gente baja e innoble, sus
celebraciones sólo pueden ser rastreras. Así es en el
caso de los turistas extranjeros en Moraira, en “El dios de las
camareras”: “en la Gran Fiesta del Daiquiri, el alcohol sería
de garrafa y, al igual que con Chester Himes, nadie había oído
hablar del autor de El viejo y el mar”
(p.21).
El
placer erótico también parece limitado a ese sector de
la sociedad que, por su formación o por su ocupación,
se dedican a entretenimientos bajos e innobles. Ya hemos visto antes
que Sipán consideraba algo "sucio", e incluso
"monstruoso" la atracción sexual: los que no son
letraheridos como él disfrutan del sexo como bestias. Así
los vecinos del narrador en “Cuarenta días de niebla",
ruidosos amantes: “multiorgásmica y dependienta de
perfumería, fontanero pelirrojo él” (p. 95).
Dependienta y fontanero: el rol hace la persona, diría
Castells... ¡Qué limitación, qué cortedad
la de ese narrador!
El
trabajo innoble, el trabajo no cualificado genera esa actitud
despreocupada ante la vida, cuán lejana de la de un
letraherido escritor de cuentos. Él, limpito visitante de la
bodega, dice: “me cruzo con una mujer, con ... pegotes de barro en
los antebrazos ... cicatriz en la mejilla ... el mundo es ancho y
áspero como los tobillos de esta campesina rumana”
(“Cuarenta días de niebla", p. 98). Sucia, de acuerdo,
sí, debido a su trabajo físico apegado a la tierra,
ajeno al trabajo intelectual del escritor; y lógico que el
hábito de la labor refuerce sus tobillos. Pero, ¿la
cicatriz? ¿Y su referencia geográfica? Estamos en un
intento más descarado que cualquier otro de alejar al
escritor-narrador-personaje de la innoble condición de los
trabajadores manuales: ya ni siquiera "son-de-aquí",
como él, sino que "son-de-otro-sitio", donde beben
garrafón, follan como animales y, además, están
marcados físicamente con las taras del trabajo. ¡Cómo
no ver en todo ello los signos de un clasismo basado en la cultura,
en el trabajo, en la extracción social!
Sipán
no es como ellos: él es un personaje ennoblecido por la
literatura, lo que le ha permitido codearse con los nombres nobles de
la historia de la cultura, amén de distanciarse del común
de los mortales. ¡Qué ramplón, qué fácil,
qué básico!
Podría
ese escritor-narrador-personaje haber hablado de su práctica
literaria en positivo: diciendo qué es lo que le aportan las
Letras, qué alturas le permite alcanzar el trabajo
intelectual, qué bondades existen en las altas esferas... Pero
no, pues ha preferido hablar de sí como en el vaciado de un
molde: diciendo lo que no es, distinguiéndose de las pobres
gentes condenadas a trabajar con sus manos y a disfrutar de placeres
impropios de un alma gentil.
Pero...,
¿puede considerarse noble y gentil la ideología de un
escritor tan poco educada, tan poco formada, que además usa de
recursos tan pobres y de tantas incorrecciones?
Lo
más seguro es que la seguridad en su valía y en su
escritura se la hayan dado a Sipán los premios literarios con
los que, incomprensiblemente, se ha visto galardonado. Amén de
su cercanía al campo sociológico literario aragonés
que le ha valido su inclusión en el Consejo Aragonés de
la Cultura.
¡¡¿Qué
dinámica tienen que llevar los premios literarios para que sus
deficientes y reaccionarios relatos hayan sido premiados?!!
¡¡¿Sobre
qué base se ha formado ese extraño Consejo Aragonés
de la Cultura para que Sipán, prolífico
pero pésimo escritor, haya sido
invitado?
Eso
será el tema de la PRÓXIMA ENTREGA de “SIPÁN:
EL BLUFF LITERARIO”.
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