publicada en aragondigital.es el 22.12.07
publicada en Diario del Altoaragón el 31.12.07
Ya han encendido las ciudades sus luces de Navidad. Otro año más se va a repetir la gran kermesse comercial sobre la base de un mito católico. Todo el Estado aconfesional paralizado o casi por la celebración del nacimiento del niño-dios. Inmenso negocio para los tenderos, alentado por los Gobiernos mediante vacaciones y pagas extras.
Y como telón de fondo, la fábula que pone en escena a una humilde familia hebrea protegida por el inmenso paraguas del dios padre. Una fábula que seguirá fijando con la fuerza del mito los roles de hombres y mujeres: la mujer, madre casta y devota, reina del hogar, de profesión "sus labores"; el hombre, proveedor de bienes en el exterior para el sustento de la familia. Y, sobre todo, el dios padre: ausente trasunto del dueño de la propiedad, del señor feudal, que ejerce el derecho de pernada con impunidad medieval.
Y en medio de la escena, el niño, verdadero protagonista de las fiestas, aunque cada vez más desplazado por la publicidad adulta. El niño que interioriza el mensaje que villancicos y belenes le transmiten con terrible insistencia; el niño que crecerá con la certeza de la inamovilidad "natural" de los roles de la familia santa y primordial. Paradójica patada a la educación a la ciudadanía propalada por nuestras autoridades.
¿Para cuándo el traslado a la intimidad de los hogares cristianos de la celebración navideña? ¿cuándo dejarán los poderes públicos de invadir las calles con mensajes no señalados por la Constitución? ¿cuándo dejarán nuestras autoridades de hacerle el juego a la confesión católica? Tal vez jamás, pues es posible que bajo esa fábula subyazca asimismo la base del imaginario del súbdito, del esclavo, del ciudadano que no rechista ante las decisiones del amo; del Estado monárquico pero aconfesional, en definitiva.
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1 comentario:
Quizá cuando volvamos a llamar a los ciclos de la naturaleza por su nombre, quizá cuando dejemos de defender y subvencionar patrimonios privados, quizá cuando vayamos despertando del letargo que produce el consumismo en masa, quizá yo no lo vea
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